Paco Torres hace mutis por el foro
Se ha ido Paco Torres, el actor que llevó el nombre de su pueblo, Los Navalmorales, el de Talavera y el de Toledo por los escenarios que pisó a lo largo de una vida dedicada al teatro y a intentar vivir de él. Fue su sino. Tuvo que luchar por su trabajo hasta el último día. Nadie le regaló nada. Él siempre supo buscarse la vida.
Soy amigo de Paco Torres desde que coincidimos, allá por el curso 1972-73 en una clase de COU del Instituto Padre Juan de Mariana del que era director José Luis Narrillos. Por allí andaba ya mi amigo Honorio dando Matemáticas a los que se dejaban. Allí también Vicente Torrejón, con el apoyo de la dirección del centro, fundó una escuela de teatro que luego se convertiría en El Remo. Esos fueron los comienzos en el teatro de Paco Torres, que al año siguiente aprobaría el ingreso en la Real Escuela de Arte Dramático de Madrid a la vez que también cursaba Periodismo. En aquellos años de estudiante la orquesta Piraña, de la que él era el alma, fue su medio de vida, de financiar sus estudios y de abrirse camino en el arte.
Paco Torres había perdido a su madre, su padre se había casado de segundas y él había pasado por el Seminario Menor de Toledo, pero ya entonces con diecinueve años era el Paco que luego todos hemos conocido. Se buscaba la vida en cualquier sitio: con una contabilidad de unas horas en una empresa o entrenando con el Talavera C.F., ya que convenció al entrenador de entonces, me parece que era Amaro, el tío del famoso Amancio el del Madrid, para formar parte de la plantilla y al menos cobrar un pequeño porcentaje de las primas. El caso es que nunca le faltaban unas cuantas pesetas, en un monedero de aquellos que entonces sólo utilizaban las mujeres para ir a la compra y que Paco administraba con la misma cabeza con que luego se ha administrado a lo largo de su vida.
Y es que la vida en el arte es una vida difícil y Paco algunas veces me decía que estaba harto de la inestabilidad, de vivir a salto de mata, y soñaba con formar parte de una compañía de esas como la de Lina Morgan, o la que en Londres lleva representando La Madriguera desde hace más de treinta años, para saber lo que es levantarse sin tener que pensar en nada más que en el papel que vas a interpretar por la noche.
Tuvo muy buenas rachas de trabajo con el cine, ahí están Los Santos Inocentes; con las series de TV, como Los ladrones van a la oficina o Farmacia de Guardia; con el teatro, con la Compañía de Francisco Nieva que siempre le protegió, con el doblaje, con la zarzuela incluso se atrevía… Paco no hacía ascos a nada y cuando no había nada y se le cerraban puertas, él se inventaba su compañía, se escribía su obra, sacaba del baúl los atavíos de Añasco el de Talavera, “aquel hidalgo postizo” que rescató para el siglo de una jácara de don Francisco de Quevedo y se lanzaba a los caminos como el cómico de raza que era.
Me he reído mucho con Paco, “Calata”, que es el mote que le viene de familia y que él llevaba con orgullo, echaré de menos esas cartas que todavía escribía a mano escritas en un papel reciclado procedente del lugar más inverosímil y echaré de menos el saludo que desde que nos conocimos me dedicaba y que me recordaba que alguna vez tuvimos dieciocho años: ¿Cómo estás Loco de Louisville?