Turismofobia: de Gracita Morales a Estupiñá
Se cuenta que la desaparecida actriz Gracita Morales, famosa por su característica voz y sus papeles de “chica de servir” en las españoladas de los sesenta de Ozores y compañía, en sus últimos tiempos en el teatro había cogido una fobia insuperable al público que acudía fervorosamente a verla. Ya se sabe que el miedo escénico existe y no hay actor, por mucha carrera que lleve recorrida sobre las tablas, que no confiese esa mezcla de sensaciones compuesta de nervios, inseguridad y deseo de huir unos minutos antes del estreno, incluso a diario antes de la representación. Es el temor a quedarse en blanco, a aparecer desnudo y ridículo ante el público; es la pesadilla de la gente de teatro que solo se compensa con el chute de adrenalina que recibe del público en forma de aplauso; es, en fin, el matar la inseguridad propia con la afirmación del entusiasmo del patio de butacas…
Pero lo de la entrañable Gracita, no era nada de eso. Ella odiaba al público porque le hacía responsable directo de pasar tan malos ratos. No le consideraba su sustento, ni su patrón, ni su cliente, ni consideraba que su presencia era la única razón por la que ella podía vivir de aquello. No, en su delirio, le había declarado simplemente su enemigo y cada vez que se acercaba el momento de levantar el telón, se asomaba sigilosamente al patio de butacas y decía: “Ya están aquí esos hijos de puta”. Para muchos chicos de las últimas generaciones la imagen que tienen de ese gran escritor, director y actor de cine y teatro que fue Fernando Fernán Gómez, es la de un viejo iracundo mandando a la mierda a un pobre admirador de su persona por haber cometido el pecado imperdonable de pedirle un autógrafo.
La fobia al público que hace posible tu vida, que te alimenta y que te aplaude no es algo exclusivo de actores, cantantes, escritores excéntricos o divas del bel canto que olvidan donde está la fuente de sus ingresos. Siempre ha habido gente detrás de un mostrador con pocas ganas de vender el género que aparentemente pregona, gentes que parecen hacerte un favor cuando te ponen una copa o que te perdonan la vida cuando te pegan un sablazo. En el Estupiñá de Galdós de Fortunata y Jacinta se anota su ruina como autónomo con una tienda en la que puso todo su arte disuasorio para echar a la clientela. Todos conocemos a algún Estupiñá resistiéndose a tratar al público como la fuente de su sustento, echando al cliente con sus desplantes.
Y en España en los últimos años, desgraciadamente, con respecto al sector turístico, en el ámbito político han surgido, demasiadas Gracitas Morales, Fernán Gómez y Estupiñanes, que se han olvidado de quién nos da de comer a los españoles desde hace más de cincuenta años. La alcaldesa de Barcelona es un buen ejemplo. Con la crisis turística que se nos viene encima, más de uno se va acordar de sus ocurrencias, atrayendo okupas y tratando a baquetazos a los que nos han dado de comer hasta ahora.