A Ricardo Sánchez Candelas le debo al menos una. Hace un año o poco más me mandó su novela “Más allá de los mil días”, y por unas cosas o por otras, la fundamental es que desde mi medio siglo para adelante, la novela es una medicina que me administro en dosis medidas y muy restringidas, como si de una droga adictiva se tratara, la fui dejando en la estantería de esos tantos libros que uno sabe que tiene que leer algún día. Ahí sigue, y esto lo digo a sabiendas de que, en la Santa Cofradía de la Escritura, una falta de estas puede suponer ganarse un enemigo para toda la vida, que ya se sabe que las grandes enemistades y los grandes odios han tenido en el gremio de las letras acomodo principal, y no hace falta traer aquí a don Luis de Góngora o a don Francisco de Quevedo para refrendarlo, porque parecería una gran presuntuosidad por lo que le toca a uno en tal y santa corporación.
Con Ricardo Sánchez Candelas cada vez que he tenido la suerte de pasar un rato y pegar la hebra lo he hecho muy a gusto, como también lo he pasado bien con el adelanto de sus memorias que me envió y por las que desfilaban algunos conocidos comunes de mi pueblo de nacimiento, que no es otro que Aldeanueva de Valbarroya, que no de Barbarroya, que en esto de las reivindicaciones imposibles también anda uno tan empeñado como Ricardo Sánchez Candelas con su escritura a cuestas.
Y es que Ricardo, como decimos en Castilla, “ha escrito más que el Tostao” y ahora con ocasión del centenario de la muerte de don Benito Pérez Galdós presentó ayer su libro sobre Galdós y Toledo, y seguro que en lo que le toca a uno tendré ocasión de leer, como Dios y la buena crianza mandan, y corresponder de otra manera bien diferente a su "Más allá de los mil días".
Las Memorias de don Benito Pérez Galdós son decepcionantes, en cambio las biografías que nos ha traído este centenario le han descubierto a uno un hombre y un escritor con una vida muy lejos de aquella imagen de aburrimiento, brasero y cocido que nos presentaban los manuales de Literatura del Bachillerato.
Galdós en Toledo es Ángel Guerra y el Elogio y nostalgia de Toledo de ese toledano de vocación que siempre fue don Gregorio Marañón y Posadillo, que en esto de los Gregorios y los Marañones, no hay otra, después de dos generaciones, que añadir el segundo apellido. Pero seguro que ahora que no ha escrito una novela, el bueno de Ricardoestará a la altura de los precedentes y de paso tendrá ocasión de otorgarle el indulto a uno de sus amigos de letras. Es gracia que espero del recto proceder de V.I. cuya vida guarde Dios muchos años por el bien de de la patria. SS. Affmo.
Y que Antonio Illán repase al menos lo de los Gregorios y Marañones con mayúscula en su correcta sintaxis y un no salga muy mal parado, que ahora no tengo ganas de darle al botón de la Academia.