Los pueblos ribereños del Alto Tajo han saltado contra Abascalcuando en el Congreso ha defendido la necesidad del trasvase para defender la España vacía. El argumento no tiene un solo pase y uno se extraña de que alguien que aspira a ser la alternativa de derechas al contubernio de izquierdas y separatistas, no se haya atrevido a ser coherente con lo que defiende respecto al Estado de las Autonomías. Ya se sabe que cuando uno juega la carta del populismo, en un mundo en el que es imposible pretender contentar a todos, la contradicción está servida. Los populismos, sean de izquierda o de derecha, como los buenos totalitarismos empeñados en resolver al ciudadano todos los problemas de su vida, tienen estas coincidencias. Era cómico oír a Pablo Iglesias acusar a la formación de Abascal de remover el discurso del odio o de ser inconstitucionales. Los unos y los otros con poder absoluto, se pondrían mutuamente en la lista de objetivos a liquidar y no cabrían en su sistema. Es verdad también que, como la Historia ha demostrado, y no hace falta leer a Todorov para ello, llegado el momento siempre puede haber un buen acuerdo entre los extremos de los que tanto suspiran por arreglarnos la vida y los problemas totalmente a los ciudadanos.
Y quede claro que para mí tan constitucional es la formación de Pablo Iglesias como la de Abascal mientras respeten las reglas del juego. Pero está claro que a ninguno de las dos formaciones les gusta el sistema del setenta y ocho y aspiran a modificarlo, si no a volarlo sustancialmente. Los unos revertiendo el café para todos que supuso la interpretación en tiempos de Adolfo Suárez del título VIII, y los otros liquidando algo tan fundamental en una democracia como la separación de poderes y la independencia del poder judicial. Eso sí, cuando unos hablan de asaltar los cielos y los otros sacan a relucir al alcalde de Móstoles a uno se le ponen los pelos como escarpias porque le da toda la impresión de que, detrás del discurso oficial, siempre hay un runrrún de fondo que no coincide con lo que aparentemente dicen.
A Abascal está claro que no le gusta el Estado de las Autonomías, como a Pablo Iglesias no le gusta la democracia representativa, pero lo que no sabemos es si aspira a su liquidación total o a su reforma; a asaltar los cielos o rezar por ellos. La imagen de rotundidad, la claridad y la radicalidad con que se jacta de transmitir siempre un mensaje bien distinto al de la “derechita cobarde”, se resintió anteayer en el Congreso con la defensa del trasvase. Abascal, rebuscando un argumento tan extravagante como el de la España vacía, le pareció a uno un socialdemócrata de derechas cualquiera, buscando excusas para cuidar a Murcia y su caladero de votos.