Se ha desatado la histeria política. Once casos de trombosis en diecisiete millones de vacunados tienen la culpa. Pero el caso es que hasta ahora nadie ha podido demostrar que las trombosis hayan sido producidas por la vacuna, porque entre otras cosas no se ha comparado el número de trombosis entre población vacunada y no vacunada. Si se aplicaran los mismos criterios en cuanto a contraindicaciones con los medicamentos más comunes sería imposible poder tomar un paracetamol o una aspirina. Pero un país, ya no sé cual, decretó la paralización preventiva y los demás lo han hecho en cascada. Nadie quiere enfrentarse a un sobresalto político o a uno de esos juicios con indemnizaciones millonarias. De nada ha servido la aprobación y la garantía de la Agencia Europea del Medicamento. La política es otra cosa. Un médico se la juega cada vez que extiende una receta. Un político no. Leer un prospecto de cualquier medicamento a fondo se puede convertir en una lectura terrorífica para cualquier persona con un mínimo de hipocondría.
Resulta curioso que de la vacuna AstraZeneca haya desaparecido la referencia a la Universidad de Oxford, cuando, antes de su aprobación siempre se hacía. Cosas de los medios. Y es que, cuando se aprobaron las tres vacunas que hasta ahora se ponen en España, la que aparecía como más segura y con menos complicaciones, era la que habían desarrollado los investigadores de la Universidad de Oxford, por estar conseguida siguiendo las líneas de elaboración de las vacunas tradicionales. Mi médico de cabecera, que es don Sixto López, me dio por aquellos días una lección magistral, sobre los mecanismos biológicos en los que se basaba la producción y la actuación en el cuerpo humano de las tres vacunas. Me es imposible repetir aquí aquellos mecanismos celulares que me explicaba don Sixto López, porque contemplaba su lección como si me estuviera hablando de la teoría de la relatividad. Eso sí él tenía claro que si tenía tuviera la oportunidad de elegir una vacuna, esa sería la de Oxford, o sea, AstraZeneca.
Yo voy poco al médico, incluso menos de lo que debería, pero cuando me pongo en manos de un médico no tengo ninguna duda, porque salir de la consulta de tu médico de siempre y largarte a ver a otro porque no te ha gustado lo que te ha dicho, me parece un comportamiento infantil. Me pondré la vacuna que le toque a mi condición de jubilado y a los sesenta y seis años que voy a cumplir y esperaré a la llamada del Centro de Salud que me corresponde. Eso sí, si mañana me ofrecen, bajo mi absoluta responsabilidad y firmando todos los papeles que quieran para garantizar que ni yo desde el otro lado, si se diera el caso, ni mis herederos, nos revolveremos con una demanda contra médicos y políticos, me pondré la vacuna de Oxford AstraZeneca al minuto siguiente. ¡Venga una de AstraZeneca! O nadie se acuerda de lo pensábamos hace una año que tardarían en llegar las vacunas.