No es ninguna casualidad que alguna de las imágenes más repetidas por las televisiones con ocasión de la muerte, que a todos se nos antoja prematura, de Jesús Fernández Vaquero, hayan sido en compañía de su amigo y adversario Vicente Tirado, dos políticos que parecían el complemento perfecto para eso que ahora parece tan difícil que es el llevarse bien. Vaquero y Tirado parecen imagen de otra época, muy lejos de ese encabronamiento permanente que parece también ser el objetivo principal de esas nuevas generaciones que venían a regenerarnos. Claro que la socarronería manchega de uno y otro hacía que las cosas fueron mucho más fáciles para todos y esa es una cualidad que poco tiene que ver con las capacidades políticas. Se tiene o no se tiene y cuando se tiene hay que saber administrarla para no traspasar la línea que lleva al sarcasmo, indicativo de rencor oculto y lo más opuesto a la ironía. Los dos gordos de la política regional se sentían cómodos en esos terrenos y nos hacían a todos también ir pasando el rato de manera más fácil.
Conocí a Jesús Fernández Vaquero hace más de veinticinco años cuando ejercía de director provincial de Educación. Él era maestro y su carrera docente se había desarrollado en su tierra y principalmente en Villacañas, donde había ejercido los últimos años como director del Centro de Profesores. Al frente de la Unidad de programas estaba un compañero de aquellos tiempos, Jesús Nicolás, y gente como el amigo Antonio Illán, que tanta guerra sigue dando en el ámbito cultural a través de las redes sociales. Una buena época para uno y no tanto para Fernández, como le gustaba llamarle a Antonio, que pagó algunas deudas que no eran ni mucho menos suyas, al seguir al pie de la letra los dictados de Madrid (aún no estaban transferidas las competencias de Educación) y no hacer lo fácil y de lo que él mismo sabía que se acabaría imponiendo. Fue fiel a los que mandaban desde el Ministerio y tuvo que estrellarse contra la dura realidad de una comunidad educativa que pedía unánimemente la jornada continua en todos los centros. Entonces no tuvo ningún problema en volver a su centro y coger la tiza de nuevo como el maestro que siempre había sido.
Parecía que su carrera política se había acabado, o que al menos se había estancado. Pero no. Desde hacía años había identificado muy bien quién representaba el futuro del PSOE en la región y se puso, día y noche, a su disposición. Después vino ser diputado regional, secretario de Organización del partido, senador… pero sobre todo, el hombre de Emiliano. El perro fiel, tranquilo, del que sabía que nunca fallaría.
Cuando Jesús Fernández dejó la primera línea de la política, Emiliano dejó claro la relación que tenían y lo que le debía. Ahora, desgraciadamente, demasiado pronto, nos lo ha tenido que recordar de nuevo a todos.