El balance sobre el cine español de fin de año nos dice que como casi siempre la taquilla la salva Santiago Segura. El nuevo panfleto progre de Pedro Almodóvar, como en los últimos años, solo será sostenible con la respiración asistida del papá Estado que se encarga como siempre de llevarle la contraria al espectador. El único cine sostenible a la larga, como en todas las cosas de este mundo, es el que es capaz de mantener a la clientela bajo la atracción de las tres bes que cualquier consumidor exige: bueno, bonito y barato. El cine, sin el espectador que pasa por taquilla, solo es posible en la milagrosa España de Almodóvar.
Lo de la sostenibilidad es uno de esos conceptos utilizados al principio desde la aplicación de la Ecología a los problemas ambientales y que ahora nadie se priva de utilizar en cualquier sector que se precie. Claro, que el círculo vicioso de la sostenibilidad casi siempre se rompe por la vía de la subvención y en eso el de Calzada de Calatrava ha demostrado ser más que un lince ibérico al que se le aplican todas las fórmulas de protección de especie amenazada posible.
El verdadero argumento para mantener las subvenciones a fondo perdido en el cine no ha sido otro que el de mantener la boca cerrada a un sector al que todo que llega al poder teme, y pretende y aspira a convertirle en aliado. Da lo mismo luego que la película sea un fracaso en taquilla porque todos están cubiertos con el dinero de todos. Y si no se monta el pollo en la calle o en la entrega de los Goyas, esa ceremonia que refleja las verdaderas aspiraciones de los que luego predican contra la malvada y capitalista maquinaria de poder de los Estados Unidos.
El cine de Almodóvar hace ya mucho tiempo que dejó de interesar al espectador medio, el que llena los cines y acude a ver una película, ante todo porque aspira a pasar hora y media razonablemente divertido. Pedro Almodóvar se creyó tan en serio lo de la originalidad del cine de sus primeras películas, que no ha aspirado a otra cosa desde entonces que a convertir cada nueva película en un homenaje a su propia genialidad. Y ya se sabe que no hay un solo genio que se aprecie a sí mismo que no aspire a continuación a colocarnos a los demás el mensaje sin el cual es imposible vivir nuestra vulgar vida. No se conforma con que el espectador pase por taquilla y pague sus servicios sino que además pretende colocarle su discurso para cambiarle la vida. Al final la mayoría ha dicho que ese precio es demasiado e insostenible. Lo hacen mejor en las iglesias de toda la vida.