En este papel digital nos han contado la resurrección pública pero discreta de Juan Pedro Hernández Moltó y a uno no le parece una mala noticia, ni mucho menos. En tiempos de crisis se necesitan mujeres y hombres con talento, ideas y perspectiva de futuro para generar riqueza. En esa labor no sobra nadie. Ni siquiera quien representó en su persona la caída del modelo de las Cajas de Ahorro que muchos pretendieron camuflar bajo el eufemismo de la crisis bancaria.
Aquel Domingo de Resurrección de hace trece años, cuando el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero intervino Caja Castilla La Mancha, escribí aquí mismo que ZP, mandando liquidar a HM, a quien tantos servicios se debían en el PSOE en los gobiernos de Bono, me recordaba el comienzo de Apocalipsis Now, con un general y un coronel de inteligencia (Harrison Ford) del ejército norteamericano encomendando al capitán Willard (Martin Sheen) la misión de liquidar al coronel Walter E. Kurtz (Marlon Brando). Su delito luego lo descubriremos: matar con una eficiencia absoluta, ser coherente con la misión encomendada y poner al mando supremo ante la última verdad de la guerra…
Hernández Moltó no fue entonces sino una pieza de un sistema carcomido por la invasión y la intervención política que sufrió. Las Cajas pasaron de la gestión profesional a ser usadas por los políticos como instrumentos a su servicio y el sistema se vino abajo. Hernández Moltó no hizo otra cosa que como el coronel Kurtz, matar eficientemente. Había que pastorear a una manada de consejeros incompetentes en economía y en eso HM demostró su competencia. Buenos servicios que se pagaron con su irremediable liquidación. Lo único bueno salido de aquel derrumbe general del sistema de Cajas fue que por muchos años en España solo algún orate se atreverá a proponer en su programa económico la promoción de una banca pública.
Eso sí, como el buen español que es Juan Pedro, había cometido anteriormente ese pecado de soberbia que pesaría como una losa en su biografía durante los siguientes años de calvario judicial. No entró nunca en la cárcel, aunque en algún momento parecía que su foto ingresando en algún centro penitenciario era inevitable. Yo me alegro que nunca pisara una prisión y sobre todo que ahora tenga, a los setenta años, ganas de echar una mano en algo que empresarios, políticos y jóvenes necesitan.
Él ya tiene bastante penitencia con arrastrar esa imagen que le persigue ante el derrumbado, hundido y desbaratado Mariano Rubio y que sin ninguna duda es el mayor error de su vida pública: “míreme usted a los ojos”.