Me ha contado mi amigo y paisano Arsenio que la primera vez que vio una exposición de cerámica en Talavera lo hizo de la mano de su padre, el inolvidable Arsenio Martín Velasco, y de la de su entrañable amigo Manolo Cerdán. No era mala compañía para empezar una vida en la que la cerámica se convertiría en una de sus obsesiones artísticas. El de las grandes ánforas pintadas y los puestos callejeros de cacharros es uno de sus primeros recuerdos de aquella Talavera a la que se llegaba desde la Jara por el Puente de Hierro, en el que se nos decía a los niños de pueblo que lo atravesábamos por primera vez, que había que pagar el peaje de las “culadas”. - ¿Vas a Talavera? Pues te darán las “culás”, y todos temíamos aquel rito iniciático que imaginábamos como el paso a un mundo que nunca habíamos vivido. Luego ya, pasado el puente, respirábamos tranquilos, mirábamos asombrados los escaparates y pensábamos en la broma que la noche anterior nos había tenido en vilo pensando en el viaje que emprenderíamos a la mañana en La Jareña.
En realidad, desde que nació, Arsenio veía todos los días una pieza de terracota encastrada en la fachada de la casa de su bisabuelo y en la que él vivía, que presidía la plaza del Pilón en la que jugábamos los niños, y nos preguntábamos de quién era aquella cabeza misteriosa del color del barro que nos miraba desde lo alto.
Muchos años después, Arsenio nos desveló el misterio y reconstruyó los días en que un escultor pasó una temporada allí en los años treinta del siglo pasado, en un pueblo perdido de la Jara toledana y dejó para siempre la figura de aquel amigo “el rubio de la luz” por el que sigue preguntando todo el que pasa por allí.
La vocación artística de Arse, que es como sus compañeros de la escuela de Don Nicolás le llamábamos y le seguimos llamando en Aldeanueva de Valvarroya (lo de Barbarroya no deja de ser una corrupción del topónimo original), siempre estuvo presente en su vida y su paso por los primeros tiempos de la Escuela de Cerámica de Talavera no hizo otra cosa que afianzar su vocación por un oficio con el que siempre se ha identificado. Luego vino su carrera de Bellas Artes en Madrid y la certeza de que donde él encuentra su mejor expresión es en la cerámica. Lo mejor de Arse está en esos diseños de las cerámicas de los siglos XVI, XVII y XVIII, rescatados de las viejas piezas y a las que siempre ha dado un aire y un estilo inconfundible. El rigor de la investigación y la mano del artista original son la marca de la casa.
Pero además Arse es un gran coleccionista de cerámica con el mérito de no ser un coleccionista de esos al que le sobra el dinero y puede comprar todo lo que se le antoje. Es un coleccionista sutil que sabe donde se encuentra el verdadero valor de una pieza. Un artista que colecciona con el mismo cuidado con el que crea sus propias obras de arte. Ahí está la muestra. El próximo martes día 20 de septiembre a las seis y treinta de la tarde tendremos la oportunidad de comprobarlo en una exposición, bajo el título de Fábricas de cerámica de Talavera y Puente del siglo XIX y XX, en el Museo de Cerámica Juan Ruiz de Luna que estará abierta hasta el 13 de noviembre.