Hay que andarse con cuidado de donde mete uno el hacha o la motosierra porque te juegas el apelativo de arboricida. Lo mismo da que sea en una masa forestal en esos montes de dios que en un parque en el centro de una ciudad. Los árboles para algunos son intocables, como si fueran inmortales, no tuvieran achaques de vejez o juventud y no fuera necesario su cuidado y cultivo, que para algunos también, es sinónimo de explotación económica o inconfesable. Lo ideal para algunos es que los árboles, sin distinción ni se tocan, ni se podan, ni mucho menos se talan.
Yo no sé si la remodelación que la actual corporación ha decidido en el parque urbano del Prado de Talavera es la más adecuada para el mantenimiento de este espacio verde histórico, pero sospecho que cuando se ha tomado la decisión de talar árboles, que uno sospecha también serán reemplazados al final por otros más sanos, es porque no había otra solución. El concejal más novato sabe que en los tiempos que corren intervenir de cualquier manera en el mundo vegetal y animal tiene el peligro de que te llamen arboricida y te monten un pollo del que salgas con el escaño edilicio trasquilado.
Lo suyo, dicen los expertos en la materia es que el continuo mantenimiento y evaluación de todos los ejemplares de las diversas especies que componen un parque urbano permita realizar esos reemplazos de una forma que apenas se note. Es una labor continua, día a día a lo largo de los años, en los que cada vez que muere un árbol o se diagnóstica una enfermedad que puede poner en peligro la integridad de los que gozan de su sombra, se produce su reposición.
Pero ya se sabe que muchas veces el mantenimiento se convierte en rutinas continuas que también muchas veces tienden a aplazar aquellas labores más costosas o más polémicas. El caso es que, como ocurre con las casas en las que dejan pasar unas pequeñas goteras cada año, al final hay que actuar de una manera radical. Se miran las cuatro goteras y se ve que lo suyo es levantar todo el tejado.
Y ahora cuando unos acusan a la corporación talaverana de arboricida y otros echan las culpas a los veinte años en los que la gestión del parque ha sido claramente insuficiente, todos tienen razón, hasta que metidos en la rutina de los próximos veinte años todo vuelva a ser como fue veinte años después.
De todas maneras uno no ve el drama por ninguna parte. Los parques, como los bosques deben renovarse y rejuvenecerse. No son intocables y seguro que cuando dentro de unos meses acaben las obras en el Prado nadie podrá decir que el objetivo era echar cemento y asesinar los árboles: para eso se inventaron la agricultura, la arboricultura, la silvicultura y la jardinería de toda la vida.