Hace unos meses, el sector regional dedicado al cultivo de la lavanda alzó la voz ante la amenaza que venía de la Unión Europea de considerar y catalogar como un producto químico más el aceite esencial procedente de esta planta, que en unos decenios ha cambiado el paisaje agrario de una buena parte de las tierras de Guadalajara y otras zonas de nuestra región, hasta el punto de convertir a CLM en el primer productor de España. Ahora, una iniciativa de un eurodiputado francés ha conseguido que la nueva reglamentación europea no cometa lo que todo el mundo económico y científico consideraba un verdadero disparate.
Lo mismo le da a uno que Monsieur François –Xavier Bellamy-, pertenezca al PP europeo, al grupo socialista, o a la sevillana Santa Cofradía de los Negritos, el caso es que el cultivo de la lavanda se ha salvado de una catalogación que le clavaría un rejón de muerte en todo lo alto y uno se alegra por ello. Y se alegra doblemente, porque en los resúmenes de la resolución que le han llegado a uno, entre la tunda de palos cruzados entre la guardia pretoriana de García-Page y Núñez para adjudicarse el tanto, se dice que uno de los objetivos es: “preservar la herencia cultural del cultivo de la lavanda en Francia”. Algo, que entiende uno, va más allá de una mera medida económica, para ser en realidad la protección de un paisaje y de una forma de vida.
Yo soy muy partidario de la opinión del maestro Josep Pla cuando escribía de la emoción que le producción los paisajes hechos por la mano del hombre y en las notarías y los registros de la propiedad. Los paisajes agrarios del Ampurdán en los que la actividad de generaciones de agricultores había dejado su huella en el camino del progreso humano.
Los campos de lavanda se han convertido en buena parte de nuestra región en paisajes singulares, en los que además de la cosecha producida tienen un valor añadido más allá de lo meramente económico. Un valor si se quiere espiritual. No el de un mero paisaje. Para mucha gente son mucho más.
Si el cultivo de la lavanda desde un principio fue posible en muchos lugares fue porque era una verdadera alternativa adaptada a un medio en el que muchos otros cultivos habían fracasado o se habían convertido en inviables. El cultivo de la lavanda inspirado, cuando no traído directamente desde la experiencia francesa, arraigó inmediatamente en nuestras tierras porque cumplía todos los requisitos que hoy se exigen bajo la etiqueta del equilibrio ecológico y la sostenibilidad. Sería ahora, con esos campos formando ya parte de “nuestra herencia cultural” que un mala decisión acabara con ellos.