Una llamada Plataforma de Defensa de la Estación de Toledo se ha puesto en pie de guerra por la amenaza que puede suponer para la actual estación de tren toledana la culminación de la línea de alta velocidad Madrid–Lisboa. Resulta que, según todos los indicios y los informes que Ayuntamiento de Toledo y Gobierno de la Junta de Comunidades han realizado para la planificación de su paso por Toledo, se construiría una nueva estación en el barrio de Santa María de Benquerencia. Los promotores de la plataforma piensan que en ese caso la actual estación quedará infrautilizada, difícilmente será sostenible y estará abocada a su desaparición.

Cómo es lógico desde Talavera, donde -recuerdo a los lectores- llevan al menos todo lo que va de siglo esperando un AVE que hace quince años se prometía llegaría “echando leches”, en frase que habría que poner en mármol en una calle céntrica de la ciudad en honor de su autor, en Talavera, digo, se ríen del problema de las dos estaciones y es algo que ya quisieran para sí: dos estaciones de AVE, una en el actual  emplazamiento, otra en el polígono de Torrehierro y una plataforma ciudadana preocupada por la sostenibilidad de las dos.

Y es que cuando las cosas se ven desde dos sitios y con dos situaciones tan opuestas no parece muy descabellado que las dos únicas actitudes que se pueden tomar frente a la realidad, sean, o bien el sarcasmo, o bien rascar en el fondo emocional de la gente y hacer que salte esa chispa de nacionalismo que con tanto aprovechamiento se ha explotado durante los últimos cuarenta y tantos años de nuestra historia desde la periferia.

En Talavera, pese a los esfuerzos realizados por Emiliano García-Page en la legislatura de la alcaldesa Tita García, el sentimiento de agravio, de desconfianza y de injusticia frente a la capital regional es algo tan común en su paisaje ciudadano como las brumas de diciembre y enero en el paisaje físico. Ese sentimiento está arraigado y se ha demostrado a lo largo de estos años con el surgimiento de organizaciones ciudadanas que, sin embargo luego, tras unos años, se han diluido organizativamente pero han dejado un indudable poso.

Lo del nacionalismo en sus diversas versiones desde siempre se ha basado en el control del fondo emocional del individuo y su reducción a la tribu amenazada por un enemigo sin el cual no tiene sentido. Desgraciadamente en España, el gran logro de la Transición, que fue convertirnos en un país democrático homologado a los grandes sistemas europeos y occidentales, nació lastrado por el peso de político de unos nacionalismos insaciables y que juegan en contra del sistema.

Pero desde cualquier lugar de España se ve que la única manera de conseguir algo es seguir su ejemplo. El que no llora, no se siente desvalido y agraviado frente a cualquiera ya sabe lo que le pasa. Desgraciadamente el bienintencionado “café para todos” de Adolfo Suárez se ha convertido en el castizo y rotundo “maricón el último” al que ningún rincón español renuncia.