Emiliano García-Page, que no rehúye dar su opinión sobre la ley de amnistía cada vez que se le pregunta, ha dicho que nadie se puede sentir orgulloso de un chantaje, una opinión que choca de frente contra todo el argumentario desplegado estos días, por tierra, mar y aire, por el partido al que pertenece. La amnistía es, según el catón impuesto por Sánchez-Bolaños, la medida imprescindible que traerá el restablecimiento de la convivencia en Cataluña y el bálsamo que por fin aplacará la fiebre indepe levantada por el virus Rajoy, como si el PSOE no hubiera existido en esa etapa, la solución a un siglo de desencuentros.
La interpretación de García-Page simplemente se remite al pago del sostenimiento de Sánchez en La Moncloa merced a los siete votos de unos diputados que han manifestado una y otra vez, para mayor escarnio, que lo volverán a hacer. Cualquiera sabe que el pago al chantajista, la aceptación del chantaje, abre la puerta al cuento de nunca acabar. Chantaje es la palabra adecuada porque también está claro que sin la necesidad de una de las partes y el poder de la otra nunca se habría dado la situación y Sánchez lo ha aceptado de forma indudable y rotunda cuando dijo aquello de hacer de la necesidad virtud.
La única pega a la actuación de Page es que su postura coincide con la de todo el mundo fuera de esa coalición "progresista", y sobre todo con una mayoría social española, aceptada por Bolaños porque está convencido de que la perspectiva del tiempo les dará la razón. La fábrica de indepes de Rajoy se convertirá, merced a la fórmula Sánchez, en una factoría de chocolate dirigida por Tim Burton. ¿Hubo alguna vez independentistas en Cataluña? Se preguntarán las próximas generaciones.
A Bolaños y a Sánchez, lo de la mayoría social de las encuestas les importa un pimiento, porque no piensan, ni por asomo, hacer caso al vetusto Felipe González y someter la ley de amnistía a referéndum en coherencia con el cambio de parecer de un compromiso electoral. Hay una mayoría social, pero Emiliano García-Page, con todo su golpe de presidente de Castilla-La Mancha por mayoría absoluta, es en el PSOE una "minoría absoluta", uno de esos hallazgos lingüísticos bolañescos que uno le reconoce, quizá por aquello de que le suena a la dedicatoria inolvidable de Juan Ramón Jiménez: "A la minoría siempre". Es lo que hay.