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Ernesto y Alexia (Basado en una historia real)

27 junio, 2017 00:00

Hoy, ayer, antesdeayer, la semana pasada o la  próxima escucharemos, aburridos, la noticia de ahogados en el Mediterráneo camino de Europa. El mismo día del embarque de Ernesto hacia España dan la cifra aproximada de 126 muertos en el mar. La muerte de los que huyen de la miseria se ha  integrado en nuestro día a día. El lunes, día 20 de junio, del 2017, Ernesto habrá llegado a Madrid, vía Lisboa. Después se desplazará a Toledo. Ernesto es natural de Mozambique y llega a España “rumbo a una oportunidad que quizás te permita abrir una puerta hacia una vida mejor”. Quién escribe la frase se llama Alexia, una mujer a la que no conozco, aunque sí sepa retazos de sus hazañas. Alexia (es una construcción meramente literaria), tal vez, harta de soportar las frivolidades de las sociedades occidentales, decidió crear la “Fundación Khanimambo”, en Xai Xai, capital de la provincia de Gaza, en Mozambique.

La “Fundación” se dedica a ayudar con diferentes  estrategias a las familias para que  escolaricen a los niños. Allí, como en otros muchos lugares del planeta y hasta hace poco España, los niños aún son o una unidad productiva o una boca más que alimentar. Ahora ha conseguido que un niño de esa Fundación viaje a España en busca, como todo el que abandona su país, de oportunidades. El niño, ya no tan niño, se llama Ernesto. Alexia ha  publicado en Facebook una carta “el día que vuela hacia España”. La titula ¡Vuela Ernesto, vuela! Como un grito ilusionado, como el rumor sordo de una leona en el parque Gorongosa o en las llanuras del Limpopo, de cuando se estudiaba Geografía Universal en los colegios de nuestra infancia.

Ernesto era “un niño de la calle”, aprendiendo la supervivencia, desconfiado, retraído, dolorido con el mundo, arrogante. ¡Un tipo duro! Imposible no evocar  de nuestro acervo cinematográfico la película “Ángeles con cara sucia” o  el repertorio visual de niños acostumbrados a actuar como si fueran mayores en “las malas calles” de las grandes ciudades y en los espacios empobrecidos del Tercer Mundo. “Su madre se había ido demasiado pronto”. Cuando entró en Khanimambo (Gracias, en el idioma local sangana) se resistió a recuperar una infancia ausente. “Los juegos para ti eran cosas de peques porque tu ya habías crecido, aunque sólo tuvieras 13 años”. “Hace nueve años –continua la carta de Alexia– no podías ni soñar con que tu vida cambaría tanto hasta el día de hoy que te subes a un avión rumbo a España, para estudiar en Toledo”.

Desde los tiempos de la llegada a Khanimambo las cosas han evolucionado. El niño desconfiado y hostil ha comenzado a entender el mundo en su medida aproximada. Ya los “otros” no son enemigos necesariamente, sino que existen matices. Nada es blanco o negro absolutamente, como se sabe desde siempre, aunque se olvide en más ocasiones de las aconsejables. Por supuesto los materiales de semejante transformación los guardaba en su interior el propio Ernesto. Y así lo certifica Alexia. “No llega hasta aquí cualquier ahijado de Khanimambo”. Solo se recompusieron las piezas y suturaron  heridas. En la carta se cuentan afectos y sentimientos por la pérdida, por la ambición del proyecto, por las incertidumbres, por zozobras variadas. Pero eso no lo escribiremos, para que las emociones no distorsionen los obstáculos a superar. Para que esos obstáculos, imprevisibles o previsibles, no nos parezcan, en lugar de montañas  agresivas, suaves colinas de praderas y flores de nieve. Y es que esta es una aventura individual con impredecibles riesgos y como tal hay que entenderla. Descriptiva, aséptica.

La carta de Alexia se aproxima su final y en esas líneas últimas se intuyen los miedos, se disfruta por el proyecto que  supone un paso tan impetuoso. Tampoco es un salto en el vacío, pero lo parece. Un joven de Mozambique se traslada a España para estudiar. Lo hará en Toledo, una ciudad de provincias. Lo que no minimiza las expectativas. Dependerá una vez más del protagonista de esta historia, en la que los acompañantes no son más que comparsas. La otra protagonista, Alexia, la  directora de Khanimambo, se quedará  con un sabor a almendras amargas  en la boca. Como el mazapán que antes se hacía en Toledo en el que permanecía un retrogusto amargo que encubría las fantasías engañosas del azúcar. Aunque por encima de todo, late la confianza del éxito: “Cuando estés preparado para volver, te esperamos con los brazos abiertos, orgullosos de quien eres”. La película debería tener un final feliz. Lo merecen los protagonistas: Ernesto y Alexia. ¡A volar!