Verde y azul
El mes de julio ha entrado en los registros de temperaturas más elevadas, desde que existen tales registros. Un síntoma del futuro ambiental que se aproxima. Agosto –un mes extraordinario para contar historias– probablemente también arrojará temperaturas de referencia. Son las consecuencias del cambio global que aún algunos se obstinan en negar. Trump lo hace de manera evidente, otros también lo hacen pero a la chita callando. Contaminar ríos, talar árboles o no invertir en reforestar, ¿no es también una forma de favorecer la mutación climática? Como es habitual ante los desastres venideros manifestaremos actitudes irresponsables: los desgarros solo se aceptan cuando han sucedido, antes se negará todo. Una vez ocurridos se iniciará entonces un proceso en el que se mezclarán las lamentaciones de unos con los mensajes optimistas de otros. Lo importante es confundir al personal con opiniones diversas. En conjunto todo habrá sido la expresión reiterada de la estupidez humana que rechaza cuanto ignora, en la poética del gran Machado. Quienes pronostican las transformaciones que se producirán por el cambio climático señalan la latitud y longitud de los territorios más afectados. En lo que a España se refiere incidiría sobremanera en las zonas situadas de Madrid para abajo. O sea, entre otros lugares, Toledo.
Los grandes problemas del futuro se centrarán en la existencia o carencia de agua y en la abundancia o ausencia de espacios verdes como frenos a un desierto incontenible. La ficción –novela y cine, sobre todo– ya describieron sus efectos. Para quienes aprecien la lectura, más allá de Twitter, Facebook o WhatsApp, debieran leer la novela de Frank Herbert titulada “Dune” –llevada al cine por el surrealista David Linch- y sus secuelas. En un planeta desertizado, llamado Arrakis, los humanos y los no humanos pelean sin freno por el control del agua (azul) y la vegetación (verde) que ella posibilita. Ese es el debate en el que se encuentra Toledo. Sin agua y sin extensiones vegetales, pero con temperaturas altas se convertirá en un lugar de difícil ocupación. Tal vez por eso van ganando terreno las tesis que sostienen que la creación de espacios verdes es el mejor instrumento para unir (vertebrar) barrios entre sí, incluido el centro histórico. Al contrario de lo que algunos, obsoletos, interesados o ciegos, todavía defienden, no sería el ladrillo (movimientos especulativos), sino la vegetación el mecanismo ideal para articular una ciudad habitable. Se trataría de construir alrededor del centro histórico perímetros de vegetación que en un futuro como el que se anuncia serán considerados patrimonio único y envidiable. Alguna iniciativa ya existe. Convendría manejar a este respecto, y a modo de ejemplo, el proyecto del profesor José Ramón de la Cal para Vega Baja, difundido en el meritorio blog “hombredepalo”. En cuanto al agua, hace años contábamos con el río Tajo que formaba un círculo azul de vida. Desde hace años se ha convertido en un lecho con las texturas muertas de lo toxico. Una maldición cayó con el Trasvase Tajo-Segura sobre un territorio pobre. Es lo que ocurre con las maldiciones y las desgracias: se ceban en los territorios pobres.