Capilla Sixtina

Complejos de España

17 octubre, 2017 00:00

Tal vez les parezca sorprendente, pero hay aún españoles que creen en la Leyenda Negra de España. Ignoran, voluntaria o involuntariamente, que  fue un invento de los competidores ingleses, holandeses, franceses, norteamericanos e hispanoamericanos en lucha contra el Imperio español. Para curar la enfermedad se recomienda leer y viajar. Leyendo se conoce la historia propia y la de otros países. Es decir, se pueden comparar trayectorias y acontecimientos. Y se descubren cosas tan brillantes o atroces  como las propias. Viajando se conoce la realidad de los pueblos, aparte de sus obras de arte y su historia. Aprendemos a conocernos a nosotros mismos. Pero no solamente fueron los adversarios externos quienes inventaron la leyenda negra. Si echamos la culpa a los foráneos en nada nos diferenciaríamos de los nacionalismos eternamente agraviados o de cualquier “populista” que se considera más de izquierdas cuanto más minusvalore su lugar de nacimiento. También contribuyeron los propios naturales. Comenzó a finales del siglo XVIII, cuando algunos de aquí empezaron a sentir nostalgia de la Revolución Francesa. Ya saben, el sugerente atractivo de la guillotina. Seguramente hubiera sido tan necesaria como en Francia, pero no se hizo. De hecho en pleno siglo XXI aún quedan asuntos pendientes como la laicidad real del Estado, la consideración a la educación como proyecto colectivo, la unidad de la nación con un himno y una bandera que les enardece, en fin, “la Grandeur”. Continúo en el siglo XIX con los enfrentamientos entre Liberales y Conservadores. Todavía existía la Inquisición, lo que ha permitido que parezca una creación única de España. Y se agravó con la pérdida de las colonias. Ser derrotados por los Estado Unidos, que ambicionaban Cuba, fue un mazazo para la autoestima nacional. La rebelión de los territorios de ultramar significó el fin de un Imperio. Surgió, entonces, el coro nostálgico de la Generación del 98. ¡Cuánto sufrían! Todo fueron elegías fúnebres y lamentos de miserere. Al coro de bacantes se sumarían los nacionalismos incipientes de catalanes y vascos que se dedicaron con ahínco a rebuscar en su ADN y recrear diferencias identitarias. Del “carlismo”, reaccionario y frailuno que tanto arraigo tuvo en ambos lugares, mejor no hablar.

Más tarde se desencadenó una Guerra Civil, por golpe de Estado militar, que sirvió de campo de experimentación para otras naciones. Quien más y quien menos metió su cuchara en aquel fregado. Algunos de esos países, remisos al principio, entraron después de manera más activa. España se convirtió en un lugar para la prueba y la aventura. Del experimento nos queda Guernica, entre otras barbaries. En cuanto a la aventura, unos tipos renegridos y bajitos se pelaban entre ellos con técnicas feroces en un territorio más próximo a África que a Occidente. Periodistas, fotógrafos, escritores, románticos, integristas religiosos, revolucionarios de salón, aventureros del mundo llegaron a España a construir su futuro de gloria mientras los muertos, los crímenes, las represiones, y demás horrores de las guerras civiles los ponían los españoles. Eran los últimos guerreros tribales, reproduciendo sus ritos ancestrales de guerras entre ellos. Un delirio de simbologías. En aquel escenario milenarista unos morían y otros se proyectaban hacia la eternidad. Tras la guerra civil se impuso una dictadura atroz, la última junto con Portugal, de un Occidente democrático. Ello contribuyó a incrementar los complejos de “tipos raritos”. Al parecer, no ha servido de terapia sicoanalítica una Transición con una Constitución moderna y flexible. El brillo de aquel espectáculo de confianza en un país se ha ido apagando. La Transición de la dictadura a la democracia fue una mierda. El pacto de los franquistas para seguir mandando. Por ese discurso populista ha resultado fácil identificar a Rajoy con Franco. Y los catalanes están jugando la baza a tope. Aunque Rajoy será todo lo que quieran y más, pero no es Franco. En el País Vasco se asesinaba indiscriminadamente. Ni democracia ni pamplinas. Unos héroes eran aquellos tipos que mataban en España y se refugiaban en Francia, en Bélgica o en Inglaterra. En el presente está el “procés” de Cataluña con su España nos roba y otras lindezas. Pero hay más: están ensayando la versión de pueblo oprimido. El mundo nos contempla. Y nosotros vivimos pendientes de lo que se diga en cualquier otro país. Al parecer nadie de fuera cuestiona una farsa que comenzó cuando un Parlamento quedó reducido a nada. Se hizo un referéndum que tampoco ha sido nada. La democracia ha saltado por los aires.  No importa. Lo que interesa es la actuación de la policía. Aún se nos considera un país exótico. Son los del Sur, incurables sin remedio. Y los del Sur siguen pendientes de lo que otros digan sobre ellos sin preguntarse a qué intereses se deben sus comentarios. Forma de engordar complejos  de siglos.