Capilla Sixtina

La historia es una novela apasionante

19 diciembre, 2017 00:00

Escribir un libro sobre Toledo tal vez resulte fácil. Lo complicado es escribir un libro riguroso y apasionante. Un libro que cuente las historias de la Historia como si fuera una aventura de príncipes, princesas, reyes, caballeros, villanos,  enanos y gigantes. O sea, con intriga, pasión, sexo y sangre. Para conseguirlo se necesita una narración atractiva y una extensa documentación. Es el caso de Fernando Martínez Gil. Hace unos años nos sorprendió con  la obra titulada “La invención de Toledo”. Ahora nos asombra con “Una historia de Toledo”. Ambas  son complementarias. El primero, con pretensiones de ensayo,  el más reciente como Historia contada con las técnicas de la novela histórica.

Fernando Martínez Gil pertenece a ese grupo de historiadores, la mayoría de cultura anglosajona, que narran los hechos ocurridos con los métodos de la ficción. Conseguirlo no es fácil. Se necesita preparación, control de los hechos y de las fechas, fino análisis para discernir lo fundamental de lo accesorio y una prosa con la que obtener un relato atractivo. Es el primer mérito del libro. Después, viene el enfoque. Ha elegido la metodología de un maestro de la novela. Nada más y nada menos que Benito Pérez Galdós. En varias de las historias que cuenta Martínez Gil sentimos el aliento de “Las generaciones artísticas de la ciudad de Toledo”, del año 1870. Galdós entiende la historia de Toledo como una superposición de capas. “Así que no vacilamos –escribe Galdós– en aprovechar para esta reseña de las antigüedades toledanas, tanto las verdades referidas por la Historia como las hermosas mentiras que cuenta la gente de aquel pueblo, señalando sus interesantes escombros”.

Y luego aparece el motor del relato: la identidad y el futuro. La preocupación del autor por la identidad ya se había enunciado en el anterior libro, subtitulado “Imágenes históricas de una identidad urbana”. En el  último, se refuerza la misma idea. Pero no por oportunismo del momento, sino porque es una convicción sólida del autor. Conocer la propia identidad asegura la construcción de un futuro acorde con esa identidad. La conciencia identitaria evita plantear innovaciones erráticas o ensimismarse en la contemplación del pasado. Lo que interesa al autor es la elaboración de un futuro equilibrado, resultado del acoplamiento armónico del presente con el pasado. Como cita el autor, copiando a Valle-Inclán, para que Toledo continúe siendo “una vieja ciudad alucinante”, pero sin desmoronarse ni caer en misticismos inoperantes.

Martínez Gil indaga sobre la identidad  genuina de una ciudad que se ha  formado por acumulación. La única forma, por cierto, de construir identidades reales, no imaginarias. El autor, al mismo tiempo, es consciente  del poder destructivo del presente. Y por eso se remonta a los comienzos de la identidad, ese tiempo en el  que “buena parte de la identidad toledana se forjó así, en los siglos escasos que duró la dominación goda”. Para constatar a continuación que “ni un solo edificio, ni siquiera en ruinas, deja hoy constancia de que Toledo fue una vez capital de los godos”. Estamos ante una identidad sin vestigios. Lo cual pudo dar lugar a la visión rancia de Menéndez Pidal y sus epónimos. Lo que busca el autor es avisar sobre los peligros que acechan a algunos de los lugares donde se podrían encontrar los inicios identitarios. En cuanto al futuro, el  autor sostiene tesis esperanzadoras: se puede y se debe cambiar, porque “la ciudad no siempre ha sido la misma, ha estado sometida al cambio histórico, se ha reelaborado y transformado; sucesivas capas étnicas, culturales y estéticas se han fundido en un resultado variopinto y fascinante que es la Toledo actual, la Toledo del futuro”.  Una historia con multiplicidad  de mensajes.