Capilla Sixtina

Un desconocido milagro de San Ildefonso

23 enero, 2018 00:00

Aún está pendiente de admitir por la Santa Madre Iglesia el penúltimo milagro de San Ildefonso. En consecuencia,  lo desconocen los fieles creyentes y los no creyentes. Esta es la narración de la investigación todavía provisional. Hace unos años -antes de explotar la burbuja inmobiliaria y la crisis económica amenazara con destruirnos-, San Ildefonso, ayudado por Leocadia y el mismísimo Julián –que se enteren en Zamora-  habían planeado un milagro del que faltan las últimas pruebas que lo acrediten con  seguridad cierta. Nada de “fake news”. Todo estaba urdido para “vertebrar Toledo”. Una cursilada pretenciosa y perversa que encubría planes feroces de construcción de cualquier espacio vacío próximo al centro histórico de la ciudad. Aquello sería un festín y habría para todos. Las instituciones se habían conjurado, los grupos políticos también. Por supuesto, la empresa y las más conspicuas fuerzas de la especulación se preparaban para lanzar a los cielos el más alto grito del momento: se construirían en Toledo hasta 35.000 viviendas. Los comisionistas se frotaban las manos. Toledo dejaría de ser la ciudad cadavérica de Galdós, Baroja, Azorín o Urabayen al ser “cosidos”, con construcciones banales y barrios anodinos, los flecos aún sin urbanizar de un centro histórico cercano a Madrid.

Según los testimonios, Ildefonso, Julián y Leocadia se reunieron para analizar cómo detener el desastre que se avecinaba. La discusión, como cualquier debate entre santos, no resultó fácil. Cuentan que Leocadia fue la más beligerante. Se comportó como una nueva Jane Jacobs contra las concesiones que Ildefonso y Julián –hombres, al fin y al cabo– querían aceptar como mal menor. Pero las tesis de “mamá Jacobs”, digo Leocadia, terminaron imponiéndose. La racionalidad frente al disparate, el sentido común  frente a la locura de quienes con auxilio del dinero ajeno –por entonces existían aún las Cajas de Ahorro- se hacían millonarios de una tacada. Consensuado que aquello no podría salir adelante, los debates más sutiles se centraron en el grado de la intervención y los daños colaterales. Se midió la posibilidad de que la acción de Ildefonso fuera restringida o amplia, local o general. Al final se optó por rehuir excepciones, que generan desigualdades. Y es que la principal exigencia  de un milagro es que trasmita lecciones universales.

Ildefonso, el hombre que había estado cara a cara con la Virgen, sería el encargado de “pinchar la burbuja”. Los efectos redibujarían a algunas ciudades, entre ellas la suya, muy amenazada. Se cambiarían las enseñanzas universitarias sobre  construcción. Los arquitectos dejarían de ser querubines  para descubrirse humanos. Las empresas tendrían que reestructurase y pasar de la economía especulativa a la economía productiva. Se aprendería que una ciudad, por ejemplo, declarada patrimonio de la humanidad, no sólo es su centro histórico, sino también el paisaje que la define y la condiciona. A Le Corbusier le pusieron a caer de un burro. Y al barón Haussmann. Y a Robert Moses. Y a Disney. A las ciudades hay que mimarlas, no traumatizarlas con heridas y construcciones que las desfiguren. Las ciudades son sueños e historias más imaginadas que  vividas. Calcularon, eso sí, que los efectos del “pinchazo” serían duros. Pero para obtener el bien en ocasiones hay que atravesar el mal. Saltaron por los aires las Cajas de Ahorro. Algunos planeamientos urbanísticos se derrumbaron y el desempleo en la construcción y afines fueron muy elevados. Hasta se hundirían equipos deportivos que enardecían a la afición local.

Y Dios vio que aquello era bueno, pese a los daños coyunturales.  Ahora, según noticias, busca santos y mártires que arreglen lo de Trump. Aunque no encuentra gentes como las de aquí. Allí es que la mayoría son protestantes.