Capilla Sixtina

En defensa de las pensiones...

20 marzo, 2018 00:00

…Públicas, por supuesto. No deberían haber tocado las pensiones. Se había conseguido un acuerdo estable en el Pacto de Toledo: las pensiones ajustarían su crecimiento al incremento del IPC. Esto que ahora parece lógico, menos al PP, no resultó tan fácil en su momento. Fue el logro, en principio, de la testarudez de los sindicatos, y a continuación, de la sociedad en su totalidad. Por primera vez en la Historia de España los jubilados conquistaban su dignidad. No se ponían a la altura de otros países europeos, pero significaba un avance histórico. La idea del Pacto, además, recogía que se dejaban las pensiones al margen de la contraposición de la política. Pero no se respetó el acuerdo, basándose en una crisis real. El PP ganó las elecciones, como consecuencia de la gestión de esa misma crisis por el Gobierno de Zapatero. Enfebrecidos por la victoria descubrieron la excusa perfecta para aplicar los programas que predominaban entonces en los discursos del PP. Había que reducir, a cualquier coste, los servicios públicos.

Se explicaba entonces como símbolo de eficacia y eficiencia privatizar la sanidad, adelgazar las pensiones, desregular las relaciones laborales, precarizar el empleo. Pocos protestaron, entre ellos, los jubilados. Temieron la virulencia de la crisis. Los jubilados no estaban para movilizaciones. Bueno, en realidad nadie estaba para movilizaciones. Uno de los primeros reveses a los furores privatizadores se produjo, paradójicamente, en un pueblecito de  Castilla-La Mancha. Cuando la presidenta de la Comunidad decidió que era el momento para que una parte  de la sanidad pública pasara a negocio privado. Lo estaban haciendo en Valencia y las quejas eran soportables. Lo mismo se repetía en Madrid, aunque allí las protestas  resultaban menos digeribles. Avanzar en esa dirección en Castilla-La Mancha dejaría aislada a Madrid. Con lo que no contaron fue con la revuelta del pequeño pueblo. Tembleque, en Toledo, se sublevó. Querían suprimir el Centro de Salud.  Para desacreditar a la sanidad pública se dijeron  barbaridades sobre el hospital en construcción de Toledo. Más parecía que se estuviera levantando el palacio de un jeque del petróleo que un hospital digno. Incluso se afirmó que era un lujo que cada paciente estuviera en una habitación individual. ¿Dónde se iba a llegar en la sanidad pública?  

Pero volvamos a Tembleque y su ejemplo. Bajo su plaza única el pueblo mantuvo una resistencia épica. Sería reforzada por los tribunales. Un juzgado avaló la razón de los derechos de Tembleque. Comprendieron los del PP lo que se les podía venir encima. Si un pueblo pequeño y pacifico había ganado un recurso en defensa de su Centro de Salud, se amontonarían otros en cascada. Así que cambiaron el paso. Olvidaron, al menos en los discursos públicos, el entusiasmo privatizador. Cambiaron de objetivo: serían las pensiones. Se congelaron, primero, para suprimir después las revalorizaciones  ajustadas al IPC. Llamaron a los pensionistas privilegiados, cuando se perdían empleos a espuertas. Muchos se lo llegaron a creer. Veían a sus hijos en paro y creaban mala conciencia por disponer de una pensión fija. Estaban dispuestos a renunciar a su propia dignidad en favor del presente de sus hijos. Ya habían hecho sacrificios anteriores.

Si nos atenemos al discurso actual del PP, la economía mejora. Lo que es inadmisible es que sostengan que si el crecimiento de las pensiones se acompasa al IPC, peligra el modelo. Increíble. Por eso la gente mayor ha recuperado las energías que se suponían no tenían. Habrá que imitar la rebeldía de Tembleque. Y, aunque por aquí el vocablo no se lleve, fueron, en el sacrificio, y son, defendiendo la dignidad de las pensiones públicas, unos patriotas.