Capilla Sixtina

Desestabilización

27 marzo, 2018 00:00

A casi nadie se lo he oído, pero será una realidad cercana y real: Cataluña puede desestabilizar a España. Estos días se dicen y se escriben muchas cosas. Los  de la CUP, en su versión de guerrilla urbana, hablan de montar un Ulster. Hacer de Cataluña un infierno para el Estado. Otros animan a convertir Cataluña en la peor pesadilla de los españoles. Los más optimistas hablan del independentismo derrotado y la democracia española triunfante. Demasiado optimismo, cuando la realidad puede ser otra. De pesimismo, mejor dejarlo para otra ocasión. La mayoría tiene dudas, aunque calla. Nadie se arriesga. No se quiere admitir qué sí, en efecto,  Cataluña puede desestabilizar España. Cuenta con recursos suficientes.

¿En qué consistiría la desestabilización? En dificultar las labores de Gobierno lo más posible. Ya entrevimos algo similar cuando opinadores, periodistas, comentaristas y todos en general lanzaron sus baterías contra el “bipartidismo”. Demasiado anglosajón el modelo para un país latino. Es cierto que una gran parte de culpa de esos movimientos la tuvieron los partidos que protagonizaban el bipartidismo. En lugar de fomentar una “dialéctica competitiva”, apostaron por el reparto de gobierno en turnos. Resultaba más cómodo. Cobijaron la corrupción, toleraron la ineficacia, se conformaban con esperar el desgaste del adversario. No existían competidores. La socialdemocracia había acabado con los restos del comunismo en desbandada tras la desaparición de la Unión Soviética. La derecha había integrado todas las sensibilidades bajo las alas de un charrán en vuelo. Sin embargo, de esa nada aparente surgió Podemos sobre los cimientos de la gran casa comunista. Ciudadanos nació sobre otros condicionantes: dar respuestas en Cataluña. Ni PSC ni PP estaban en condiciones. Lo que llegó después parece cercano. Resultados electorales cortos que exigen pactos que nadie quiere hacer. Atomización del voto en las Cortes, inoperancia administrativa, repetición de elecciones en pocos meses. El momento, como era previsible, lo aprovecharon los independentistas para iniciar su “procés”. Los Estados débiles invitan a la dispersión. Por medio, la acusación de corrupción contra Jordi Pujol, de la que en los últimos tiempos nadie sabe nada. Ni los tribunales, ni los medios de comunicación. Todo es silencio, tapado por la ingente algarabía de los independentistas. Puigdemont y otros fugados proporcionan juego para entretenerse.

Aguantar, como hasta ahora, ha sido posible porque PSOE y PP optaron por aplicar someramente el artículo 155 de la Constitución. ¿Cuánto resistirán? Alguno flaqueará. Las posibilidades de consenso se diluirán en los siguientes meses. No se podrá recurrir para más asuntos de índole política a los jueces. Sobre ellos, el Gobierno decidió en su momento descargar las actuaciones contra el independentismo. El modelo no se debe mantener demasiado tiempo. A los jueces no les corresponde la Política, sino la Justicia. Ellos están sosteniendo el entramado constitucional y, en parte, burocrático. La debilidad de las instituciones y del Estado puede incrementarse  en las siguientes elecciones. La fragmentación del Estado será mayor. Lo vemos en Italia, pero Italia no es España. No tiene un territorio que ha convertido su independencia en un reto histórico. Mientras, por el horizonte, asoma Euskadi. La gente se niega a verlo. Arzalluz anunciaba en un homenaje reciente la posibilidad de que el PNV hable con Bildu y Sortu. Derecha e izquierdas nacionalistas. ¿Hablarán de ideología o de nacionalismo?  Los restos simbólicos de ETA, de cara a las elecciones municipales y siguientes, realizará movimientos escénicos. Buscarán el blanqueamiento de su terror. Objetivo: recuperar el discurso de la independencia, también ellos. Se superpondrían ambos conflictos territoriales. En las próximas elecciones la fragmentación del voto puede ser mayor. Habrá gobiernos más débiles, oposición más desorientada.