El día 23 de octubre comenzaba el curso 1969 –1970 del recién creado Centro Universitario de Toledo. Se cumplirán en ese mes cincuenta años del proyecto más singular de la ciudad de Toledo en los dos últimos siglos. Un proyecto que se venía forjando desde atrás para recuperar las antiguas glorias de una ciudad venida a menos, pero con un patrimonio histórico, arquitectónico y cultural inigualable. Seguramente el proyecto que más consensos cívicos haya acumulado. Claro, que eran otros tiempos. A pesar de lo precario de la época los proyectos colectivos aún no habían sido suplantados por los personales como ocurriría después. La democracia faltaba por llegar, aunque se atisbaba en el horizonte. Y era necesario estar preparados para el momento. La libertad que auguraba la democracia y el final de unas etapas aciagas alimentaban la ilusión colectiva. Si todo iba bien, el recién inaugurado Centro Universitario se transformaría en Universidad. Para lograrlo se eligió uno de los edificios olvidados de la ciudad: el que encargara en el siglo XVIII un arzobispo polémico, precisamente para sede Universitaria. Se le conoce como edificio Lorenzana. Una arquitectura rotunda, que proclama con su estructura neoclásica el saber y las letras como fundamento de todos los futuros.
Por convenio con la Universidad Complutense se impartirían los primeros cursos de algunas especialidades universitarias. Un alivio para las familias que por entonces veían en la educación una forma de superación de antiguas pobrezas y la posibilidad de avanzar en la construcción de una ciudad cuya base económica se sustentara en la Sabiduría y la Cultura. Nadie entonces confundía Cultura con Espectáculo; nadie se centraba en la inmediatez del presente en detrimento de un futuro planificado. Al contrario: el futuro o era diseñado o era ficción. Para eso se pensó que el nuevo Centro debía ser motor de otras iniciativas. Se creó un departamento de publicaciones que se encargaría de editar trabajos e investigaciones. Se organizarían ciclos de conferencias y simposios que contribuyeran a la definición de la ciudad.
El ciclo más programático se desarrolló entre los días 26 y 30 de abril del año 1983. Los días y las fechas no fueron elegidos al azar. Un mes más tarde se celebrarían unas elecciones trascendentes: las primeras Cortes de Castilla-la Mancha. El Parlamento de España habían aprobado el Estatuto por el que se creaba la Comunidad Autónoma, al amparo de la Constitución de 1978. El titulo de esas Conferencias, tampoco elegido casualmente, sería “Toledo, ¿Ciudad viva? ¿Ciudad muerta?”. Había que posicionar a la ciudad ante las oportunidades que abría una nueva organización territorial del Estado.
Se produjeron intervenciones diversas. Una, en italiano, del profesor experto en Venecia, Franco Mancuso. Propuso tres soluciones para la ciudad: que el centro histórico estuviera habitado, que se dotara de una Universidad con entidad propia y que se protegiera su patrimonio cultural. En otra conferencia distinta el arquitecto José González Valcárcel definió el patrimonio a proteger. “Esta impresionante silueta urbana – dijo hablando del perfil de Toledo – se complementa con las dos zonas de gran valor paisajístico de su entorno natural, la correspondiente al arco tenso que forma el Tajo, en estrecho paso entre rocas, donde el rio se incorpora al escenario urbano convirtiéndose en un monumento más de la ciudad, entre los puentes de Alcántara y San Martín con los Cigarrales y el sector norte con las ruinas arqueológicas del Circo Romano y Santa Leocadia, en primer término, y la fértil vega que sirve de gradación con las rojizas tierras del dilatador entorno natural”.
Dos de las propuestas del profesor Mancuso se han conseguido parcialmente. Pero el centro histórico se vacía, el Tajo es un vertedero y la especulación inmobiliaria amenaza a las vegas y al entorno del Circo Romano y Santa Leocadia.