Nueva exposición de Manuel Fuentes
El día 20 de septiembre se inaugurará en el edificio toledano de San Marcos una exposición con obras de Manuel Fuentes. La noticia podría ser una más entre otras que aparecerán en estos días, si no fuera por las particularidades de la exposición. Resultará fantástica, a pesar del desgaste del vocablo. Fantástica, por el personaje, el escultor Manuel Fuentes; fantástica, por quienes están montando la exposición; fantástica por la obra en sí misma: hierro, imaginación, luz, en unas esculturas que hay que mirar varias veces para descubrir los entresijos de su belleza. Pero, en paralelo, se produce otro relato.
Y ese relato que les cuento cuenta que pintores, escultores, fotógrafos y diseñadores de Toledo, empujados por la fuerza de la obra de Manuel Fuentes, decidieron constituirse en equipo para organizar una exposición de sus esculturas. Ya el hecho de juntarse en un proyecto común, en un territorio donde abundan los individualismos y egos ensimismados, supone un éxito completo. Miren los nombres: Gabriel Cruz Marcos, Pepe Morata, Ángel Maroto, José Luis Fuentes, Ignacio Llamas, Fernando Sordo y la hija entusiasta de Manuel, Laura Fuentes. ¿Qué confluencias han conspirado para una conjunción tan diversa? Los protagonistas acumulan una acreditada trayectoria. Todos exhiben obras de calidad, repartidas por museos y galerías. Y en este momento han decidido emplear su experiencia y sensibilidad en el montaje de una exposición del amigo y, ya, por las traiciones del azar, un ser luminoso, aunque la expresión suene muy “new age”. La exposición resultará un hito en la intrahistoria local del Arte y los Artistas Contemporáneos de Toledo.
Tuvieron que sumergirse en el taller de Manuel, cueva platónica donde se cobijaban formas y geometrías a la espera de hacerse visibles. Descubren obra acabada, pero inédita; obra iniciada, pero aparcada para tiempos de inspiraciones más ardientes; maquetas, que en algunos caso llegaron a ser obra, y en otros no superaron el estadio de boceto. Sobre el caos del taller imponen un orden necesario en lo que era desorden voluntario. Ángel Maroto escribe en el WhatsApp del grupo: “Ya tengo todo prácticamente catalogado, medidas, titulo, año”. La exposición no es antológica. Suena al placer de terminar una obra que quedo incompleta y al sentimiento de una obligación amistosa. Y, cómo no, el reconocimiento a un creador local que representa a todos los que, como él, trabajan para cambiar los lugares en los que viven.
Montar una exposición en San Marcos es un reto. El edificio, por su altura, se comporta como un núcleo de materia oscura que absorbe cuanto entra en su perímetro. En un escenario tan perturbador hay que situar cada pieza en el punto de equilibrio: grandes, pequeñas, estilizadas, ligeras, pesadas, nunca concebidas para un contenedor tan aéreo. Ellos saben que una escultura o un cuadro en el lugar inapropiado o con luz indebida, arruina la exposición. En un espacio así hay que forzar la armonía entre la distancia, el lugar que ocupa la obra y las dosis de luz y aire que recibirá para que el resultado no trastoque la totalidad. Los montadores están siendo conscientes de tales exigencias y lo cuentan en directo. Ignacio Llamas dice: “Los espacios van cambiando, el proyecto está en constante evolución y modificación. Ya no sirve el plano como orientación de la distribución de piezas”. Y según avanza, Fernando Sordo exclama: “Cuando veas cómo está quedando la expo vas a flipar, Laura”. Laura, saturada de letras, frases, carteles, catálogos, responde: “No puedo más. Tengo el cerebro frito”. Termina el relato. Solo queda la admiración por ese grupo de personas que han combinado sensibilidad artística con entusiasmo personal para lucir las esculturas de un autor de recorridos aún pendientes: Manuel Fuentes Lázaro.