El escultor que no ponía nombres
Los museos organizan exposiciones que contribuyen a potenciar la obra que se contempla. Iluminación, espacio y ambiente resultan fundamentales en la escultura y pintura contemporánea en las que la figuración ha sido sustituida por la abstracción. En Toledo, en el edificio de San Marcos, se ha organizado una exposición con la obra de Manuel Fuentes Lázaro que marcará tendencia en la ciudad. Para que el acontecimiento no se olvide la muestra se titula “Memorias” y permanecerá hasta el 26 de octubre del año 2019. Un reto inimaginable en un edificio alto y cóncavo como pudo serlo una iglesia orgullosa de mostrar su poder en su alzado arquitectónico. ¿Los artífices del acontecimiento? El grupo integrado por Ignacio Llamas, Ángel Maroto, Cruz Marcos, Fernando Sordo, José Morata, José Luis Fuentes y Laura Fuentes. Todos, dotados de una sensibilidad acusada y de una disposición emocional insuperable. La escenografía creada ha conseguido que unas piezas de difícil interpretación compongan una danza de luces, sombras y volúmenes que subyugan al espectador.
Se escuchan, lejanos, los sonidos del taller – vibraciones monocordes de fraguas ancestrales y modernas - para subrayar el trabajo agónico del escultor, enfrentado a un material tan rígido y frío como el hierro o el acero. La evocación de los sonidos se completará en la planta alta, donde se proyecta un vídeo en el que el autor cuenta lo qué hacía y cómo lo hacía. Sus certezas, sus titubeos, la conquista del volumen, la evolución de su obra. Todas proceden del mismo afán, pero ninguna se parece. Cada obra es singular, formada por las inspiraciones del momento y por la idea de conseguir dar vida a nuevas geometrías. A pocas les puso nombre – cuando lo hizo fue forzado por la inercia de las exposiciones – lo que se ha respetado en el montaje. No se inventan leyendas, no hay, salvo excepciones, títulos que proporcionen pistas de la obra. Corresponderá al espectador nombrar en función de las sugestiones que cada pieza le trasmita. Y es que Manuel Fuentes se tomaba en serio lo que tantas veces se dice, que debe ser el espectador el que termine la obra. No es cuestión de mirar o contemplar, sino de completar el trabajo con la aportación intelectual del espectador.
La de Manuel Fuentes Lázaro no es una obra frecuente por aquí. Sin embargo no extrañaría en los territorios vascos. Ciertamente bebe de Chillida, aunque quien más influyó, según confesión repetida, fuera Oteiza, más sintético, más abstracto, menos grandioso, más imprevisible. A Chillida parecía importarle más el espectáculo del volumen exagerado que la impresión intimista de la obra que, en cambio, persigue Oteiza. Y de ellos Manuel Fuentes extrae sus composiciones, más inclinado hacia la versatilidad de las obras de Oteiza. Sus esculturas no necesitan de espacios amplios, pueden caber en sitios más pequeños. Son finas y contundentes. Ocupan, pero no tanto como para agobiar. Me atrevería a decir que fueron pensadas con intencionalidad decorativa, sin obviar la configuración de formas inéditas. Lucen tanto en lugares abiertos como en los más reducidos. Es uno de los aspectos que ha aflorado en el calculado montaje de la exposición. Los organizadores han conseguido que descubramos aspectos que, sin el desorden aparentemente anárquico de la exposición, hubieran pasado desapercibidos. Y eso es extensible a las texturas de las obras. Cada una es dueña de su piel propia que deja entrever una elaborada estructura compositiva. Cada obra tiene su vida y su especial sensibilidad. En fin, una exposición pedagógica para entender una obra contemporánea de compleja dimensión en una sociedad aún enganchada a las representaciones figurativas.