El periodista Adolfo de Mingo nos recordó el domingo, 23 de febrero, que la “Bienal de Toledo” cumplirá en mayo medio siglo. Hubo un tiempo en Toledo en el que el Arte Contemporáneo y local contó con el apoyo de los responsables públicos hasta llegar a organizar, nada más y nada menos, que una “Bienal”, con pretensiones Ibéricas. Toledo quería, por aquel entonces, volar en arte e influencia, no como una perdiz, vuelo rasante y corto, sino como un águila, vuelo alto y prolongado.
Se inauguró la primera exposición en el año 1970 y se presentaron 300 obras. La ciudad no quería prescindir de su patrimonio del pasado, pero tampoco encerrarse en evocaciones de nostalgias y tópicos desgastados. Quería sumar el arte más moderno y contemporáneo: rupturista, inconformista, conceptual, figurativo, pero no realista. Quería establecer una continuidad de siglos sin interrupciones que explicara al espectador, mediante el Arte, la Historia de Toledo, desde la Prehistoria hasta el presente.
Como proyecto complementario, en el año 1975 se inauguraba, en la llamada “Casa de las Cadenas”, un Museo de Arte Contemporáneo con obras donadas por sus autores, entre las que sobresalían las de Alberto Sánchez, un pintor de Toledo, reclamado reiteradamente por un sector minoritario y nunca oficialmente admitido por lo rupturista de su obra o, tal vez todavía, por la ideología. Se trataba de disponer en Toledo del arte figurativo actual, pues el abstracto ya se encontraba en Cuenca.
Pronto se descubrían las dificultades del arte en provincias. Ni existía mercado – sí, productores - ni consumidores. El arte de siglos anteriores lo había adquirido la Iglesia, las Órdenes religiosas con sus riquezas, la nobleza y algún esporádico coleccionista civil. Ese mundo había desaparecido. Los siglos XVIII y XIX cambiaron drásticamente el perfil de la ciudad. Toledo era ahora una ciudad empobrecida e inculta, cercana a Madrid. Madrid se había convertido en el centro de casi todo. Si alguien quería triunfar en el arte, Madrid era el lugar. Así lo entendió Alberto Sánchez. Años después sería Canogar.
La “Bienal del Tajo”, con su aspiración Ibérica, buscaba corregir esa disfunción centralista, llamando la atención sobre el arte que se juntaba cada dos años en Toledo o se creaba aquí. La “Bienal” y el Museo de Arte Contemporáneo componían el binomio perfecto para que Toledo empezara a contar en el floreciente mercado del arte de Madrid. Los gobernantes de entonces – época de la dictadura - aceptaron el discurso cívico de que no se conociera a la ciudad por el Greco o sus Sinagogas, sino también por su arte más actual. Querían volar como el águila de sus escudo.
Con el paso de los años la “Bienal” colapsó. Salía cara para las arcas provinciales y locales y se descubría que el espectáculo resulta más barato y más rentable políticamente que el arte. Este, minoritario, el otro, multitudinario. Nadie podía intuir el presente en el que todo se transforma en espectáculo. La arquitectura museística de diseño, como instrumento de dinamización de la ciudad, aún no había aparecido. Aunque en Toledo se había entrevisto el potencial que el Arte Contemporáneo contiene para recuperar recintos antiguos o espacios degradados. Más tarde vendrían Bilbao, Barcelona, Valencia o el propio Madrid con sus evoluciones urbanísticas y arquitectónicas con pretexto en el arte Contemporáneo.
La “Bienal de Toledo” terminó definitivamente con las Corporaciones democráticas. El Museo de Arte Contemporáneo fue cerrado “manu militari” por los gestores autonómicos, sin que se haya esbozado una sola razón para semejante cierre. Toledo cambiaba el vuelo del águila y adoptaba el vuelo, bajo y corto, de la perdiz.