La descalificación de los expertos
Primer supuesto: uno no es nadie en política si no se fotografía con un fondo de pantallas de plasma conectadas o con foto fija. En tiempos de confinamientos colectivos hay que enseñar que nos comunicamos con sistemas acordes a los momentos cibernéticos del futuro. El invento de la profusión de pantallas, lo ha puesto de moda el presidente Sánchez(y eso que no es ni Macron, ni Cuomo, ni Almeida, según algún opinador), aunque no sea novedoso ni en el cine ni en la realidad. Lo ha copiado con profusión el líder de la oposición y lo han replicado los presidentes de Comunidades Autónomas. Ahora nadie, sea consejero, director general o conserje se fotografiará sin un fondo de pantallas, tipo “Blade Runner” o “Teléfono rojo… volamos hacia Moscú”.
Segundo supuesto: si en tiempos de epidemia las decisiones las establecen los expertos, se anula la política. Los expertos no vienen bien ni a los nacionalistas militantes, ni a los nacionalistas encubiertos ni a los partidos en la oposición. Sobre todo sí se trata de la política más extrema, que consiste en la confrontación tremenda y telúrica a la manera ruidosa de un choque de trenes ¡Criiiigggggggg... Katacloocccccc… Unos y otros tienen que chirriar para que se les vea, se les note, se les oiga. Existen otras formas de hacer política. Las que son inteligentes y finas, la ennoblecen; las del enfrentamiento a cara de perro, la envilecen. Para practicar el tipo de política de tensión y crispación es preciso descalificar a los expertos. Y con ellos sus saberes y la ciencia en general. Socializado el desprestigio del experto, el papá o la mamá le dirán al pedagogo cómo y qué debe enseñar al hijo. En la Universidad o en los “másters”, se cuestionará al profesor, sí lo que expone en clase no figura en Google, Wikipedia o cualquier otra plataforma. Los bulos se convierten en verdades y la adscripción ideologica en el remedio contra la gestión siempre errónea del que decide.
“El gobierno esconde sus incompetencias tras los expertos”, sostienen sin rubor partidos de la oposición y opinadores. Así que es urgente prescindir de ellos y volver al terreno de la política. En ese territorio, vale todo. Y es que además, los gobiernos, en caso de epidemia o catástrofe, atraerán como un imán el descontento y la insatisfacción de la gente. Nadie actúa correctamente cuando se trata de nuestra vida o nuestra muerte. Por lo que hay que azuzar la desconfianza hacia el gobierno. Pero atentos, porque la descalificación de los expertos y sus saberes descubren, en ocasiones, matices chuscos. Está ocurriendo en el caso de D. Fernando Simón, nombrado por el PP en 2012, en condición de experto, mantenido por el PSOE, y por ese motivo convertido en un “presunto experto”. ¿Cómo se ha producido tal transformación? En algún diario de ámbito nacional he leído que lo que no hace creíble a los expertos es su nombramiento en el BOE. En el caso del Sr. Fernando Simón, ¿era más experto cuando lo propuso el PP en el BOE, qué cuando lo mantiene el PSOE?
Termino, y no puedo dejar de reproducir una cita del libro que leo: “Se vierte petróleo en los océanos, los patógenos mutantes ganan terreno a los últimos antibióticos eficaces… Cada año que pasa es el más caluroso desde que hay registros, y la siguiente guerra no declarada prende a partir de las brasas de la anterior, mientras los partidos políticos nombran a patanes que son incapaces de ponerse de acuerdo sobre qué está sucediendo, y ya no digamos sobre qué hacer al respecto.” (“Civilizados hasta la muerte”, de Christopher Ryan).