Hemos vivido una pesadilla, que se está olvidando velozmente. Pasa con las pesadillas: la última siempre es silenciada por la siguiente. Resulta que todo ha sido un invento. Un invento en el que mucha gente creyó y aún cree. De manera natural el Estado de Alarma decaía el domingo 21 de junio, del “annus horribilis” 2020. Sánchez no ha cambiado el sistema político. No quería implantar un régimen chavista, bolivariano o comunista. No ha sucedido como el Sr. Casado profetizaba, y sus corifeos ampliaban, la implantación de una “dictadura constitucional”. Aunque nada ha terminado en el tráfago político. Ya se está lanzado la siguiente operación, escrita por el Sr. Anson: Sánchez quiere iniciar un proceso constituyente para establecer la Tercera República, con él de Presidente. El mismo señor que, en los tiempos del acoso a Felipe González, admitió que bordearon el precipicio. No importa, hay gentes que pueden llevar a un país al borde del descalabro las veces que quieran, porque ellos lo valen.
Ha finalizado la primera parte de un apocalipsis doméstico en el que se ha mezclado un virus incontrolable, muertes instrumentalizadas de miles de personas, un confinamiento largo y perturbador, una acumulación sin precedentes de desinformaciones y mentiras, rumores sobre el gobierno que cercenaba la libertad de expresión por la imposición de mascarillas y un malestar impreciso que nos hacía dudar de lo mejor de nosotros mismos. Al punto culminante de la pesadilla contribuyeron una jueza ideologizada y unos procedimientos atrabiliarios; guardias civiles, convertidos, una vez más, en esperpentos; manifestaciones de rebelión en una calle rica de Madrid; una prensa que daba aire al ambiente de conspiración y un Parlamento arriscado, empujando para derribar a un gobierno legitimo, pero débil, como consecuencia de los votos de los ciudadanos. Una puesta en escena infernal, porque al diablo –tan presente ahora en España- le encanta la política. También le encanta corromper a los partidos y a sus miembros, a los jueces, a los altos responsables de las instituciones y a los medios de comunicación, pero de eso se habla menos. ¿Pedirán perdón porque urdieron y alentaron maniobras tan burdas, aprovechando el miedo y la muerte? Engañaron a los ciudadanos y les crearon más inquietudes añadidas que las del virus, cuando debían haber contribuido a su tranquilidad. Todo, al fin, ha quedado en una tormenta en un vaso de agua. Pero, como pasa siempre, habría que saberlo cuando sucedía.
Ante las consecuencias de un confinamiento que ha suspendido el tiempo real, el sicológico, el social y el económico, asistimos a una nueva carga de cosacos descontrolados. Ocurre, por ahora, en la Unión Europa. Un grupo de países, llamados “frugalistas”, manejando tópicos de leyendas nauseabundas, ven a España como un país del Sur, plagado de vagos, ociosos y disolutos, que piden ayuda económica por sus despilfarros de cigarras frívolas a las laboriosas hormigas del Norte. ¿Podrían imaginar los patriotas españoles que tales estereotipos fueran apoyados por algún partido de España? Pues, sí.
El PP pide “controles” de la Unión Europea, porque la izquierda manirrota quiere acabar con las economías de los ahorradores del Norte. Piden “hombres de negro” que intervengan en los gastos de Sánchez no vaya a intentar hacer un país más igualitario. La izquierda hedonista –ya implantó leyes tremendas como el matrimonio gay y otras- puede hacer disparates con los dineros de la Unión Europea, si no se interviene España. La siguiente pesadilla se está preparando. Estamos al principio de un desastre económico sin precedentes, según anuncian Christine Lagarde y Úrsula von der Leyen. Y una vez más la derecha española se comportará como es habitual cuando no gobiernan.