Un año de mierda
Pocos dudarán de que el año 2020 sea un año aciago para muchos en lo personal y para la colectividad en general. No solo por el virus que trastorna vidas, cabezas y sociedades, qué también, sino porque es la continuidad agravada de años precedentes. Cuando celebramos la entrada de un siglo nuevo, creíamos que siglo XXI dejaría atrás el feroz siglo XX. El XXI se representaba en nuestro imaginario, como la realización de todo lo bueno que la ciencia, la tecnología, la cultura y el bienestar público podían aportarnos. Imposible prever la Gran Depresión del 2008 o la Pandemia de 2020. Imposible atisbar la desorientación e incertidumbres que se desencadenarían, ni la polarización y su contrario, la atomización, en que la que se sumiría España. Nadie pudo imaginar un personaje como Ayuso, tan semejante a Trump, fenómenos polarizadores en sí mismos. Ni la vuelta con fuerza de los nacionalismos identitarios y los mensajes neofascistas. Cuando creíamos superado el siglo XX y sus tragedias, las nubes dibujan figuras amenazantes.
Los últimos años están suponiendo para España la sucesión de un fiasco tras otro. Se han multiplicado las consultas electorales que nada han resuelto. La sociedad española se mueve en un laberinto del que no encuentra salida. Llevamos años con unos Presupuestos Generales prorrogados y obsoletos. Las instituciones constitucionales, bloqueadas. Algunas, fundamentales, como el Consejo del Poder Judicial, estrangulado y controlado por jueces afines a la derecha. La economía, sin haber superado la crisis del 2008, empieza a acumular los efectos esta vez de una crisis epidémica. La corrupción continúa cercando a la derecha, que intenta tapar con ruido y virulencia. ¿Qué son las intervenciones del Sr. Casado en el Parlamento de la Nación, si no ruido y furia escénicos?
Los ciudadanos se muestran cada vez más divididos, localistas y polarizados. Disponemos de un Parlamento Nacional desagregado, incapaz de mantener una unidad estratégica mínima contra una pandemia que está matando gente. A la suma de problemas y dificultades se responde con confusión y demagogia. Gestos, enfrentamientos dialecticos entre los políticos, realzados por los medios de comunicación a medio camino entre el espectáculo y el sensacionalismo. Atónitos, los ciudadanos deambulan desorientados en un solar en el que se imponen los mensajes vacíos. Lenguaje de palo para exaltar a los “hooligans.” Mantener medidas sanitarias estrictas se convierte en un imposible, difícil de comprender y tan inútil que debería sonrojarnos. Incluso quienes nada quieren saber de la libertad se postulan como fervientes libertarios. ¿Imaginan a Hitler predicando libertad antes de llegar al poder? Pues eso es lo que hacía.
Que los políticos son mediocres es el comentario más extendido. Y que en una crisis económica o una crisis sanitaria, se muestran superados. En algunos casos es cierto: están desbordados y responden, para disfrazar sus incapacidades con pirotecnia verbal, medidas impactantes, pero sin contenido, anuncios que no se concretan, populismo pandémico, discursos castizos. “Madrid es España dentro de España” ha enunciado la Sra. Ayuso. ¿Cómo interpretar la frase? ¿Cómo un trabalenguas infantil o cómo llamada a un nacionalismo verbenero? ¿Si se cierra Madrid, se hunde España? ¿No será el tipo de victimismo emocional que practican los nacionalistas de otros territorios?
Los políticos, desde que se instauró la democracia, son elegidos por los ciudadanos. Proceden de la sociedad que los presenta, no de un exoplaneta. De la misma sociedad salen los escritores, los jueces, los médicos, los periodistas, etc. ¿Son estos profesionales peores o mejores que los políticos? ¿Qué mensajes y valores trasladan los medios de comunicación a la opinión pública? El terreno no parece dar para mucho. Lo que sí parece seguro es que el año 2020 está siendo un año de mierda.