¿Un acuerdo histórico?
¿He llegado la cordura, por fin, a Castilla-La Mancha? Si miramos el reciente Acuerdo Regional en Defensa del Agua, tendríamos que afirmar que sí, que los partidos políticos y asociaciones diversas han comprendido que para revertir un proyecto tan disparatado como el Trasvase Tajo-Segura es imprescindible que todos trabajen en la misma dirección. Nunca fue un asunto de izquierdas o derechas, sino del enriquecimiento de unos y la pobreza de otros.
El presidente del PP, Sr. Francisco Núñez, ha definido el momento. “Después de años guerreando por el agua, se blindan los intereses de nuestra tierra”, ha declarado. Cierto. Los partidos llevan años guerreando entre sí por los problemas que creó la dictadura y que la democracia no ha sabido resolver. Ninguno, desde el gobierno de la Nación, ha intentado acabar con el disparate que supone en el mundo actual un trasvase de agua entre cuencas diferentes. Miento, durante el gobierno del Sr. Zapatero se construyeron desaladoras para emplear el agua del mar. Pero no se remató. El alto coste de este tipo de agua para el usuario, según pretextan, ha facilitado que se mantuviera el Trasvase. Nadie, por el contrario, ha evaluado los costes medioambientales de la cuenca, los costes de explotación del acueducto y las presas, los precios políticos o los costes de no-oportunidad de Castilla-La Mancha. Los partidos eligieron lo fácil: mantener las cosas como estaban. Y, mientras en Levante y Murcia aplaudían los trasvases, en Castilla-La Mancha nos entreteníamos en guerras absurdas artificialmente ideologizadas.
Los trasvases de aguas surgieron en el siglo XIX, ante los desequilibrios hídricos de la Península en la que la agricultura apenas era de subsistencia. La segunda República planeó convertir las ideas del siglo anterior en proyectos. Ya un disparate evidente. El golpe militar interrumpió todo hasta que un grupo de tecnócratas de la autarquía resucitó los trasvases de aguas de una cuenca a otra, como si el tiempo no hubiera transcurrido. El Tajo, el Ebro, el Duero. El único que se construyó fue el del Tajo. No habría ninguno más. La población de los territorios de la cuenca del Tajo eran pocos, dóciles y sumisos. Se les podía engañar con baratijas simbólicas. Si además se les dividía para que pelearan entre ellos, mejor que mejor. Dicho y hecho. Se construyeron ingentes infraestructuras para trasladar el agua a Levante. Allí se crearon profundos intereses agrícolas, turísticos y de ocio que se resisten a perder los beneficios fáciles obtenidos con el agua de otro territorio. Es idéntico al idioma del colonialismo. Ni cambio climático, ni descenso de la pluviometría, ni contaminación obscena del cauce, ni redistribución territorial de la riqueza, ni relación Ética con la naturaleza, nada ha sido capaz de detener un proyecto antinatural en su implementación e injustificable en tiempos de alteraciones climáticas. Como ya se preveía, el agua empieza a convertirse en un recurso escaso.
El primer signo ha aparecido en la Bolsa de Nueva York en la que el agua se cotiza como el oro o el petróleo. Se mercantiliza un recurso escaso. Eso sucede en uno de los países más desarrollados de mundo. Nosotros, en España, seguimos peleándonos por el agua como tribus primarias, en taparrabos y con ondas. Nada de ciencia, nada de tecnología, nada de gestión de recursos escasos, ningún respeto a la naturaleza En Murcia ya han conseguido colapsar la Manga del Mar Menor. Si se mantiene su insaciable voracidad liquida más pronto que tarde le tocará al Tajo. Ante panorama tan oscuro, pudiera hacer historia que en Castilla-La Mancha se haya impuesto, por fin, la cordura. Confiemos que dure hasta la extinción racional de un proyecto aberrante.