Y cuando creíamos que la pandemia nos iba a enseñar a vivir en un mundo más equilibrado, más limpio, menos competitivo, en Madrid se recuperan los antiguos y feroces principios del neoliberalismo más rancio. Vuelven las medidas de Thatcher y Reagan. Creíamos que el Covid 19 nos había enseñado la fortaleza de lo público, sus posibilidades igualitarias de combatir amenazas colectivas. La solidaridad humana iba a ser la principal lección de los meses de confinamiento. Pero no. En la campaña de Madrid la derecha invoca los valores reguladores de los mercados y de la libertad de elección privada, financiada con dineros públicos. Se fomenta el individualismo en una sociedad- jungla en la que sobrevivirán los corruptos pero listos, los mejor posicionados por herencia, los habitantes de códigos postales de lujo. Un darwinismo disfrazado de derechos y, en situaciones de pandemia, con difusos tufos maltusianos. Hay que leer a Milton Friedman para conocer los pasos para revertir un sistema de servicios públicos en un negocio de servicios privados. Las recetas se exacerbaron en las dictaduras Latinoamericanas y se mantienen en la desigual Norteamérica. Véase “Contra los zombis” de Paul Krugman.
Durante los primeros meses de la pandemia surgió un subgénero en el periodismo de la Corte: contar muertos para atribuir al gobierno de Sánchez. A ello se le añadió una deriva sentimental, más bien quincalla sensiblera, que consistía en invocar la soledad de los muertos. Sobre todo la de los mayores, que morían incomunicados en residencias, aunque fuera la misma soledad en la que vivían anteriormente. Esta soledad solo tenía de nueva que los familiares no podían visitar al anciano de vez en cuando. ¡Cuántas lágrimas de marketing se fotografiaron en esos momentos! Aquello ha desparecido. Se escamotean los datos, se notifican con retraso y en medio de una confusión deliberada. ¿Alguien en Madrid se pregunta cuantos están siendo los muertos y cuantos podrían no serlo? No importan, estamos en otra cosa. En defender la libertad de una mesocracia capitalina con ínfulas de burguesía nacionalista. Nada nuevo bajo el sol del “poblachón manchego”, que es Madrid. La crispación de siempre cuando la derecha está fuera del poder, llamada “polarización” para que parezca cosa distinta.
Durante la primera ola de la pandemia el Estado de Alarma se interpretó como una amenaza contra la libertad. El gobierno de Sánchez empleaba el confinamiento para restringir los derechos y libertades ciudadanas. Proliferaron los panfletos y soflamas, pero también las opiniones pretendidamente científicas. Doctores de derecho o expertos jurídicos difundían doctrina sobre las medidas del gobierno para convertirse en Gran Hermano, no el de la televisión, sino el de Orwell. Frente al imaginario secuestro de la libertad por el gobierno ha surgido una libertad nueva en Madrid. Eso sí, trivial. Limonada con soda como “chupito” de aguardiente de hierbas. La libertad por la que millones de gentes han dado y darán su vida a lo largo de la Historia ha mutado en Madrid en un producto difuso. No se invoca la libertad para conquistar más derechos, más servicios públicos, mayor bienestar colectivo. Se banalizan los valores de la Ilustración e incluso los del Liberalismo clásico. La libertad en Madrid es para ir a los bares, a los restaurantes, a los centros comerciales. La misma batalla de siempre, planteada como redención nacional. A la libertad se le ha despojado de su valor épico para convertirse en un duelo político por la disputa de un poder territorial. Ya sucedió en campañas del Sr. Gallardón o la Sra. Aguirre. Lo de siempre, vamos. Sin novedad en Madrid.