Imagino que muchos toledanos se habrán sentido orgullosos al contemplar a otro toledano, Gregorio Marañón y Beltrán de Lis, en la fotografía del equipo que ha convertido al Teatro Real de Madrid en un referente mundial. Los “International Opera Awards” han colocado al Teatro Real a la altura del Metropolitan de Nueva York, la Scala de Milán o la RoyalOpera House de Londres. Se ha elegido como la mejor compañía del mundo por su programación en el año 2019. Un sueño conseguido por un equipo que ha sido capaz de superase a sí mismo, superar condiciones adversas provenientes de diferentes latitudes, superar las enquistadas envidias de este y otros sectores y armonizar egos de acero e intereses de plomo. Eso es lo que refleja la fotografía en la que Gregorio Marañón ocupa el centro, como artífice de un triunfo trabajado con inteligencia y habilidad. Así que enhorabuena para España, enhorabuena para el Teatro Real y enhorabuena para el toledano que ha sabido conformar otro proyecto cultural de éxito.
En el libro “Memorias de Luz y Niebla,Gregorio Marañón cuenta en el capitulo titulado “Viaje al corazón de la Opera”, cómo en 1986, el ministro de Cultura, Javier Solana, propuso hacer una inversión importante en el Liceu de Barcelona que lo convirtiera en referencia de España en el universo de la lirica. La oferta fue rechazada, porque Jordi Pujol creía que si el Liceu se “españolizaba”, perdería “catalanidad”. Ya saben, mezquindades provincianas de nacionalismos excluyentes. En 1995, nuestro toledano entró a formar parte de la Fundación del Teatro Lirico, que integraba al Teatro Real y al Teatro de la Zarzuela. En 1996 ganó las elecciones el Sr. Aznar y aquel proyecto, que nacía ilusionante, naufragó. La politización del Teatro Real lo empujó a la inestabilidad y a su correlato inevitable, la irrelevancia. Años más tarde Gregorio Marañón sería nombrado Presidente de la Fundación del Teatro Lirico, pero con la modificación esencial de que el Teatro Real sería autónomo e independiente. El objetivo era conseguir estabilidad en la gestión y mantener a la institución al margen de injerencias políticas y ambiciones individuales.
En el año 2014 se celebró en Toledo el IV centenario de la muerte del Greco. No conocí las anteriores conmemoraciones ni conoceré los siguientes, pero si sé, porque lo viví, que nunca se había dado en Toledo una acontecimiento tan impactante en torno a la Cultura. Toledo se llenó de exposiciones insuperables, de visitantes, de ilusión cívica, de música. Aún permanece entre las naves de la catedral y en la memoria de los asistentes la sinfonía volcánicaen la que Mahler nos invitaba a creer en una resurrección celestial. El centenario se cerró con aplausos, pero sin continuidad que era lo que estaba previsto. No tenía vocación aquel centenario de ser el acontecimiento coyuntural de un año, sino un proceso cuantificado de trasformación permanente de la ciudad para convertirla en un gran foco cultural. Gregorio Marañón, que había sido el gestor del Centenario, cambió de aires. Tal vez harto de las incomprensiones que generan la envidia y la incultura. Tal vez, porque en nombre de otras urgencias inversoras, nadie está dispuesto a gastar un euro en los proyectos revolucionarios de la Cultura. Entonces dedicó sus capacidades hacia el Teatro Real,que ahora ha sido puesto al nivel de los más importantes teatros del mundo. La fotografía en la que el toledano Gregorio Marañón aparece en el centro de la misma, como aprobación del equipo a su papel impulsor de un proyecto de calidad, permanecerá inalterable en el álbum de los éxitos nacionales y por encima de emociones localistas.