Mañana, miércoles, 1 de diciembre, terminará en el Museo del Greco el ciclo de conferencias, organizado por Mila Ortiz, sobre el Grupo Tolmo y su relación con el Greco. Ellos representan dos momentos de ruptura en la Historia de la ciudad. Ambos encarnan y narran los valores y creencias, los rasgos materiales y espirituales de las sociedades en las que nacen. Desde la distancia de siglos que les separa proyectan en sus obras no solo sus sensibilidades personales sino las aspiraciones colectivas de la sociedad a la que pertenecen. Y a descubrir las relaciones y diferencias entre ellos se orienta la actual exposición del Museo del Greco con obras de los miembros del grupo Tolmo y las conferencias que les completan.
Tolmo, el Grupo Tolmo, que nació en Toledo en 1971, lo hacía en una década violenta, que en realidad había comenzado en la década anterior. Los pintores y escultores de Tolmo y otros varios constataron que el arte costumbrista, figurativo o las reproducciones de paisajes que otros ya habían pintado no reflejaba el tiempo que les había tocado vivir. Eran modelos del pasado. En el París de 1968 miles de jóvenes se habían lanzado a la calle en busca de una sociedad que había sido tapada por el asfalto del capitalismo. Debajo de los adoquines de las amplias calles, planificadas por el barón Haussman, se encontraba la tierra (la playa) que había que recuperar.
La Guerra Fría había virado hacia guerras o episodios locales: Vietnam, Camboya o el Gran Salto Adelante en China que eliminaría a más de treinta millones de personas. En América Latina, Allende había ganado las elecciones en 1970. Sería desalojado del poder en 1973 por un golpe militar que inauguraría la serie de dictaduras militares en el subcontinente. Al mismo tiempo surgirían guerrillas y contraguerrillas de signo diversos.
Esta sucesión de acontecimientos creó escenarios de fragilidad y descontento en las sociedades occidentales que vivían, por otro lado, una etapa de desarrollo aparentemente ilimitada. En España, ETA, el FRAP o el Grapo intentaban reproducir esos movimientos de guerrillas contra la dictadura militar. En 1973 una bomba de ETA hacía saltar por los aires a Carrero Blanco. Se aceleraba el final de la dictadura. Franco desaparecería en 1975. Las huidas hacia paraísos artificiales que se habían basado en los universos esquivos de las drogas terminaron con una hecatombe de muertos por sobredosis.
En ese contexto histórico, en Toledo, un grupo de jóvenes organizan un proyecto insólito de pintura y escultura, al que llamarían Tolmo. Completarían sus obras personales con exposiciones de pintores y escultores que en otros lugares de España compartían las mismas inquietudes. Nunca, los habitantes de Toledo habían tenido a su alcance las mejores obras de los mejores pintores de la nación, algunos como el toledano Canogar o, el eternamente ninguneado en Toledo, Alberto Sánchez. En los mismos años, un grupo de teatro, llamado Pigmalión, creado y dirigido a finales de los años sesenta por Antonio Martínez Ballesteros, daba a conocer en la ciudad el teatro más vanguardista de España y Europa. Fue la etapa de los grupos de teatro independiente con los que se codeó. La década de los setenta iba a ser un tiempo de agitaciones, búsquedas de lo incierto y nuevas expresiones artísticas en España en las que participó activamente la ciudad de Toledo. La utopía era posible y construir un mundo distinto también. Cosa diferente serían los resultados. Pero esa, como diría alguno de los personajes de Billy Wilder, es otra historia