¿Qué pensarán los jueces que piensan los ciudadanos de sus actuaciones; de sus sentencias, algunas insostenibles cuando no contradictorias; de sus olvidos en la tramitación de causas, casi siempre relacionadas con la corrupción política; de sus retrasos en juzgar; de las perdidas de expedientes que habitualmente favorecen a los delincuentes privilegiados; de las “casuales” prescripciones que reconocen los hechos pero exoneran a los principales implicados? La más reciente, de esta misma semana: los librados de la trama Púnica en Madrid, Esperanza Aguirre e Ignacio Gonzales y otros setenta más. El autor es el mismo juez que sacó a la Sra. Cospedal y a algunos otros de la esperpéntica trama de espionaje Kitchen. La “Providencia” para el PP este juez. ¿Qué pensarán los jueces que piensan los ciudadanos de una Institución que debiera ser modélica las 24 horas del día, los 12 meses del año y todos los años de su existencia? En fin, ¿qué pensarán los jueces que piensan los ciudadanos cuando contemplan sus luchas internas, sus resistencias a cumplir las leyes que les afectan, su numantinismo antidemocrático en la defensa de sus privilegios corporativos?
La Justicia por la alta misión encomendada debería ser ejemplar, incuestionable, cercana al ciudadano, no revestida del hieratismo hermético de un sacerdote egipcio. En un mundo en tránsito, la justicia debería ser garante neutral del equilibrio colectivo y de la cohesión social. El ciudadano necesita poseer las certezas de que más allá de sus conflictos cotidianos hay alguien que aporta equidad, justicia imparcial. ¿Es así la justicia en España? Nada de lo que estamos viendo con la negativa del PP a renovar a los miembros del Consejo del Poder Judicial, apunta en esa dirección. Al contrario. La renuencia trilera del PP y la indiscreción de algún senador, que sostuvo que contralaban a la justica por la trastienda, está aflorando lo que los ciudadanos ingenuos ignoraban sobre el comportamiento de los magistrados. En estos últimos cuatro años de conflicto, hemos perdido la escasa inocencia que nos quedaba. El PP ha extendido su batalla a los jueces para no perder el control de las instituciones judiciales y ahora mismo una parte de los magistrados son la última resistencia de la que disponen para modificar la composición de dos instituciones fundamentales de la democracia: el órgano de los jueces y el Tribunal Constitucional, sin olvidar sus efectos en las distintas instancias jurisdiccionales.
Un diario de ámbito nacional contaba en días pasados cómo la derecha política lleva en España 25 años controlando el Poder Judicial. En esos 25 años nadie ha podido o intentado reformar una institución obsoleta y corporativa a ultranza. Ni la derecha lo intentó, porque le iba bien con el modelo, ni la izquierda, en su momento, lo pretendió para que no la acusaran de lo que ahora acusan al gobierno: de querer controlar la judicatura. Y sin que se les caiga la cara de vergüenza, la derecha, que lleva la mayor parte de la democracia controlando la justicia, habla de independencia y de la manipulación de la izquierda. Es cierto que este es un asunto abstruso para el ciudadano medio, pero la ignorancia es un potente creador de polarización. Y a su vez las respuestas simplistas que se dan para tratar asuntos que no se comprenden incrementan la polarización. Nada tan capaz de generar enfrentamientos que lo que no se entiende. Pasa con la política internacional. Pasa con la economía. Pasa con la ciencia, pasa con las religiones. Pasa con las medidas fiscales o con las económicas. La ignorancia y la polarización corroen los cimientos de la democracia. Y en eso se está empleando la derecha en los últimos años.