Hace dos años, (6 de enero de 2021), en la festividad española de los Reyes Magos, el mundo contempló a una horda variopinta invadir la sede idealizada de la democracia de Tocqueville. Un estremecimiento indescriptible nos invadió a los que vimos aquello. Entraron sin dificultades en la sede del Congreso de Washington, destruyeron mobiliario, asaltaron despachos, esparcieron por el suelo papeles, rompieron cristales, buscaban a los congresistas, sobre todo a la Sra. Nancy Pelosi, tercera autoridad del Estado Federal, y seguramente robaron objetos para el recuerdo. Murieron cinco personas. Nadie podía imaginar que eso pudiera ocurrir en una de las democracias más asentada del mundo, salvo en la novela de Lewis Sinclair “Eso no puede pasar aquí”. Desde el desgobierno de Trump aires de componentes autoritarios empezaron a circular por el mundo.
Ayer, 9 de enero de 2023, contemplamos, ya sin apenas estremecimiento, un espectáculo similar. Una turba patriótica – llevaban camisetas con la bandera nacional- invadía la sede de las instituciones democráticas de Brasil. Las elecciones recientes las había perdido un trasunto de Trump, llamado Bolsonaro. La turba, que ha reclamado la intervención del ejército - no deben recordar los tiempos de la última dictadura militar en aquel país - destruía mobiliario, asaltaba despachos, esparcía papeles por el suelo, rompía cristales y seguramente robaron objetos para el recuerdo. Se ha detenido a 170 personas. La similitud con los hechos de Washington resulta tan obscena que apenas queda alguna duda sobre los modos de entender la política del Sr. Trump y sus seguidores. En España, recientemente, los magistrados, encargados de garantizar el funcionamiento constitucional de la democracia, prohibían debatir en el Senado, a instancia del PP, un asunto que afectaba a los mismos magistrados. Los golpes contra la democracia siempre empiezan por negar la palabra. Y como primera respuesta a la invasión de las instituciones democráticas en Brasil, en un alarde de mezquindad moral e internacional, la Sra. Cuca Gamarra despachaba la invasión de las instituciones de Brasil en el comentario que eso con Sánchez sería un simple desorden público. La herencia de Trump impregna a la derecha española.
Pero la herencia toxica del Sr Trump va mas allá de la negación de la palabra y la destrucción de las instituciones democráticas. Durante los años aciagos de su mandato asistimos a la enorme confusión de lo que se dio en llamar “realidad alternativa”. La realidad no es como se manifiesta sino como se interpreta por el poder o por la oposición. Da igual que responda o no al principio humano de la verdad, sobre la que se articula una parte importante de las relaciones humanas, se miente y la mentira se transforma en verdad tan pronto como existe gente dispuesta a creérsela. Trump persiguió a la prensa para que no existieran intermediarios entre la realidad que él construía a su medida y la otra realidad que contempla el ciudadano. Trump entró las instituciones democráticas de los Estados Unidos, que eran para muchos países del mundo un modelo a copiar, y con un manotazo acabó con el idolatrado sueño americano. Ya no era la Constitución la que regía la vida de los ciudadanos, sino la voluntad de un individuo que negaba cuanto no se ajustaba a sus deseos o a sus intereses. Así se sustituye la democracia por la autocracia. Así se recupera el fascismo.