Lo siento por los lectores a los que les gustaría que fuera más crítico con el presidente Sánchez. Verían reforzadas sus creencias sobre el odio a Sánchez. Pero eso solo es propaganda y marketing. Es decir, no puedo escribir sobre lo que no comparto. Aunque, eso sí, me siento en la obligación de combatir los discursos que, crean primero, y después alimentan, el odio al Sr. Sánchez como manera de hacer política. Odiar al adversario nunca debiera ser objeto de la política. La mejor forma de acercarse a ella consiste en analizar la gestión de unos y otros. Sus programas y propuestas. Ningún otro elemento, ningún otro mensaje. Y nada tan conveniente como recordar de dónde arrancó este gobierno de izquierdas que, por supuesto, a la derecha no les gusta porque demuestra que existen otras alternativas posibles a sus medidas neoliberales, obsoletas y caducadas.
El Sr. Sánchez arrancó de una moción de censura al presidente, Sr. Rajoy, porque el partido político que él dirigía fue sentenciado culpable -lo cual ya tiene su mérito con la judicatura actual- por emplear dinero negro en la reforma de la sede del partido, situada en la calle Génova de Madrid. Así para empezar y sin entrar en el conjunto de procesos judiciales que han tenido y siguen teniendo por corrupciones diversas: que si la Gürtel, que si la Púnica, que si la Kitchen, etc. Aunque no se inquieten los lectores, el tiempo, las sentencias de birlibirloque, el cierre de los procedimientos o las prescripciones inducidas sentenciarán que lo que ocurrió nunca existió.
Si dejamos el capítulo de las corrupciones aparte, también conviene recordar que, en los años de Rajoy, España se debatía entre medidas de austeridad y recortes. La EPA contabilizaba seis millones de parados. Entre los más afectados, mujeres y jóvenes que salían a buscar trabajo fuera. Se llegó al 57 % en desempleo juvenil. En Cultura el consumo se desplomaba por el aumento del IVA. Las noticias de los diarios de esos años de hierro anunciaban el cierre de las urgencias y centros sanitarios en el mundo rural y se promovían las privatizaciones de hospitales. En algunas Comunidades se imponía el co-pago por recetas y se hablaba de ampliar a actos facultativos. Se recortaban los fondos destinados a I+D +i. Se impuso el llamado impuesto al sol, porque no se veía con buenos ojos ni el fomento de las energías limpias ni el autoconsumo. No querían que se redujeran los ingresos de las eléctricas. Se salvó a la banca con el discurso de que no costaría nada a los españoles. La factura ronda los 70.000 millones de euros que se han trasladado a la deuda pública. Hicieron una reforma que afectaba a los pensionistas de manera drástica, estableciendo una subida máxima de 0,25%. Se escribía entonces sobre el incremento de las desigualdades y la pobreza y se rebajaban los derechos de los trabajadores.
El panorama ha cambiado, aunque haya que haber hecho frente a una pandemia y a la guerra en Ucrania. El primer gobierno de izquierdas en España ha servido para revertir la mayoría de aquellas medidas económicas que nos hacían más pobres, más dependientes y más débiles socialmente. Miren si no los pensionistas, cuando llegue el final de enero, cómo quedará su pensión o estén atentos a los datos del desempleo y del número de cotizantes a la Seguridad Social. España ha cerrado el año con la inflación más baja de la Unión Europea y un crecimiento que nadie creía. Por lo demás, España ni se rompió con Zapatero ni se romperá con Sánchez, pero sí estuvo a punto de hacerlo con Rajoy. El Apocalipsis tendrá que esperar.