El presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, es un político prudente, práctico, centrado y realista. Y también es un hombre de partido. Del Partido Socialista concretamente, lo que le obliga a seguir una línea y un ideario que, aunque difuso en muchos aspectos en los tiempos que corren, tiene como premisa esencial, como cualquier otro partido, el que sus miembros sean disciplinados. Incluso barones de la importancia e influencia de Page están obligados a respetar ese principio no escrito porque es la base de funcionamiento de los partidos y una de las garantías para que no les den la espalda los electores.
Page fue uno de los cabecillos que acabaron con el primer mandato de Pedro Sánchez como secretario general del partido, y a pesar de todo ha sido capaces de recomponer su relación porque ambos no tienen más remedio que entenderse, sin que eso quiera decir que se hayan vuelto amigos. Eso ni ha ocurrido ni parece que vaya a ocurrir en el futuro.
Dentro de la limitada capacidad de actuación que le permite la disciplina partidaria, Page procura afianzar su imagen de político de centro y constitucionalista, que es lo que le piden sus votantes de castilla-La Mancha que sea, y lanza mensajes en ese sentido, incluso chocando con la estrategia de la dirección nacional del PSOE, cuando lo considera necesario. Está con ese sector del PSOE, suponemos que amplio, que huye del populismo, del izquierdismo radical y del trato con los que flirtean con los que quieren romper la unidad de España.
Ayer tuvimos el ejemplo más claro de cómo Page nada entre dos aguas, entre su profundo convencimiento ideológico y estratégico y la obligación de apoyar las decisiones de su secretario general. En declaraciones a El Mundo, que mantuvo durante todo el día el titular de Page en lugar destacado de la edición digital, se remitía a lo que “en los últimos meses ha defendido todo el PSOE, desde Pedro Sánchez a Miquel Iceta” para decir que “el Gobierno de España no puede depender de los independentistas”. Así de claro y rotundo y el único dirigente socialista que se manifestaba de esa forma tan contundente contra la posibilidad de que el futuro gobierno nacional tenga que depender de los que quieren separarse de España y no respetan su Constitución. Sin embargo, en la misma mañana del jueves matizaba su declaración. Ya no era tan contundente al decir que apoyaba el acuerdo entre PSOE y Unidas Podemos ni al considerar que la abstención de los independentistas "no es necesariamente depender de ellos".
Page se mantiene en sus trece y es coherente con su pensamiento, pero sin enfadar más de lo debido ni a Moncloa ni a Ferraz. Nada entre dos aguas. Su valor es que es el único que lo hace porque los demás dirigentes y barones regionales se limitan a estar callados. Quizá por eso decía ayer la inefable e inexplicable Beatriz Talegón que perdamos de vista a Page, que va a dar mucho que hablar en los tiempos que vienen.