¿Qué fue de Marivent y de la baba nacional?
Hubo un tiempo en que la baba hispana se desbordaba al llegar el verano, al aparecer en todos los telediarios, periódicos y revistas, lo maravilloso que era que nuestros reyes, familiares y demás acompañantes pasasen sus vacaciones estivales en el Palacio de Marivent de Palma de Mallorca, agasajados por las autoridades locales y por los ricachones de la isla, así como por banqueros y multimillonarios extranjeros desplazados ex profeso, en algunos casos dedicados a negocios como el trafico de armas u otras transacciones peores. Caerse la baba por alguien, y que nadie se enfade, es, según esa herramienta maravillosa de la lengua española que es el Diccionario de uso del español, de doña María Moliner: “Sentir mucha admiración o cariño por ella (otra persona) o parecerle muy bien o muy gracioso lo que dice o hace”. Por cierto, la palabra baba, -también “Saliva que escurre de la boca”- es la primera de la letra B en el citado diccionario español.
Las fuerzas vivas locales pugnaban por acercarse a trabar amistad con el Rey campechano, y los empresarios hacían derramas para regalar todo lo que fuera menester, como caprichos de los pequeños, además de yates, autos y motos último modelo para esa familia que, al parecer, tanto se sacrificaba por todos nosotros. Lo de los regalos no era gran problema, total, se trataba, en el caso de los constructores, de incrementar un poco los costes de un polideportivo para un ayuntamiento, o una carretera para un gobierno autonómico; es decir, al final esa esplendidez, -como la de los ricos del pueblo que pagan por las andas de la Virgen o el Cristo-, recae sobre las costillas de los contribuyentes. Dejo lo anterior anotado por aquello que nos decían de que eran regalos generosos, y que esos lujos no salían del erario público; se olvidaban de que después los yates y veleros pasaban a propiedad de Patrimonio Nacional, con lo que no suponía incremento patrimonial para esa familia, vale decir, libre de impuestos, y, lógicamente el mantenimiento, arreglos y personal para cuidarlo todo el año, recaía y recae en nuestros sufridos bolsillos.
Se celebraban a bombo y platillo regatas en las que competía y ganaba el barquito real, con el gran patrón a los mandos, además de alguna que otra jornada de golf, banquetes y fiestas, todo para la familia y el selecto club de nuevos cortesanos. Otros momentos sublimes para la segregación de baba nacional eran los posados a la puerta de Palacio, con periodistas dispuestos a resaltar la belleza del gesto de una infantita chupándose el dedo, o las trastadas de Froilán. Bien merecidas tenían esas vacaciones, los mayores por la fatiga de tanta recepción y viajes, y los más pequeños porque el resto del año, según nos contaban, desde los tiempos en que el hoy Rey y sus hermanas eran nietos postizos de Franco, todo eran grandes sacrificios escolares, y por ello eran los mejores en todas las carreras que estudiaban, grandes deportistas, campeones en todo, y con el don de la ubicuidad, con capacidad para cumplir sus obligaciones inaugurando hospitales con su nombre, irse de vacaciones a mitad de curso, pero al mismo tiempo estar en la escuela o facultad.
Se podía decir, ante toda esta “corte de los milagros”, con sus conseguidores y lacayos perrunos, que “la escopeta nacional” del genial Berlanga se trasladaba en verano a Mallorca. Hoy sabemos algo más de aquellos años dorados de la “Isla nostra”, también del saqueo perpetrado por Jaume Matas y su pandilla, así como de los mecenazgos y grandes sacrificios que por España hacían los Duques de Palma.
El pueblo a aplaudir, que es lo que debe hacer, y la policía a vigilar, con unos cuantos centenares de policías, incluidos geos, guardias civiles y toda la escolta del Jefe del Estado, desplazados de la península con dietas poco boyantes, a trabajar en lo suyo, en asegurar que todas esas francachelas las pudieran hacer con tranquilidad, sin ser importunados por la chusma republicana, ni por algún fotógrafo que se atreviera a sorprender a un miembro de la familia en actitud poco ejemplar, vale decir con una borrachera, o metiendo mano a plebeyo o plebeya. Por supuesto, nadie preguntaba en el Parlamento, también contagiado de babitis, y menos aún en la prensa, “cuanto cuesta todo esto”.
La baba invadía las redacciones de la mayoría de los medios de comunicación, donde había expertos y expertas en asuntos de la Casa Real que rivalizaban en ver quien sabía más de Mallorca, y allá que se iban quince o veinte días a ver si el campechano les echaba una mano por el hombro o les soltaba un piropo picarón, según fuera chico o chica. Después, para presumir ante familiares y amigos, colocaban en el salón de su casa una foto cumplimentando al monarca en cortesana genuflexión. Unos años después, estos mismos saltimbanquis pontifican en las tertulias acerca de la “sobreprotección” que ha tenido la Casa Real, bajo el pretexto de la prioridad de consolidar la democracia, lo que justificaría la ausencia total de crítica y la nula actividad del Tribunal de Cuentas en todo lo tocante a las finanzas reales.
Hubo en los años noventa algún medio de comunicación, como fue la revista Tribuna, dirigida entonces por el infortunado Julián Lago, que se hizo eco e incluso investigó ciertos negocios del hoy Rey emérito, si bien las cortapisas de la Fiscalía, y todo el aparato del Estado, impedían que se pudiera avanzar mucho. Todo quedaba reducido a la publicación, que no era poco dadas las circunstancias, de las andanzas de los poderosos amigos del Rey, léase Mario Conde, Javier de la Rosa y demás tropa, incluido el testaferro por excelencia de su majestad, Manuel Prado y Colón de Carvajal. Estos y otros amiguetes, a quienes se denominaba en titulares “Las peligrosas amistades del Rey”, acabaron en prisión tras destaparse unos cuantos escándalos.
Nunca se pudo investigar hasta donde estaba implicado Juan Carlos de Borbón, y si los citados y otros amiguetes actuaban en realidad de testaferros, a pesar de constatarse versiones contradictorias, y acreditarse que faltaban muchos millones y que todo apuntaba a que los procesados no se lo habían quedado para sí, como fueron los doce mil millones de pesetas evaporados de la empresa Torras, filial de Kio, y que la multinacional de Kuwait reclamaba a Javier de la Rosa en los tribunales. Por medio estaban las “compensaciones” por nuestra colaboración en la primera guerra de Irak, tras la invasión del emirato por Sadam Hussein.
La casualidad o la firmeza de un juez incorruptible y nada sensible, que se le va a hacer, a lo bonito que se ponía Palma de Mallorca en verano con la presencia de toda la troupe real y golfantes de compañía, estuvo en el origen de la caída en almoneda de aquella singular corte de verano. La instrucción, por el magistrado José Castro, del sumario del Caso Nóos, que es el origen de la situación de prisión actual de Iñaki Urdangarin, fue el detonante del final del tabú Monarquía en España. Sin todo lo conocido y acontecido, además de las torpezas de Juan Carlos de Borbón, sus carísimos romances, para nuestros bolsillos claro, no se hubiera empezado a romper la burbuja borbónica. Es decir, las grabaciones del comisario Villarejo, que han sacado a nuestro patio de vecindad las andanzas de la falsa princesa Corinna, sus comisiones millonarias por “servicios a España”, y su papel de presunta testaferra de su íntimo amigo Juan Carlos de Borbón, no se habrían publicado en ninguna parte; y no estaríamos con una expectativa de enjuiciamiento del padre del Rey por enriquecimiento, blanqueo de capitales y otros cuantos desafueros. Es posible que ya sea tarde para conocer algunos asuntos, nos dicen los pusilánimes de siempre, pero la fuerza de las cosas nos pone en evidencia que algo huele a podrido, desde hace muchos años, en todo lo tocante a las relaciones políticas y comerciales con Arabia Saudí, y en las que siempre ha jugado un papel fundamental Juan Carlos I. No se trata de exigir que nuestro país se sume a Canadá en la defensa de los principios y valores fundacionales de las Naciones Unidas, como viene haciendo en los últimos tiempos este país norteamericano, sino de conocer al detalle todo lo concerniente a la construcción del AVE a la Meca, sin admitir la excusa de que se trata de contratos de empresas privadas, lo que es cierto, pero no lo es menos la participación del Estado, al más alto y bajo nivel, incluida Corinna, en todo ese gran negocio. Asunto aparte, y no menos grave, son las ventas de armamento a esa monarquía hermana, que no es precisamente campeona de los Derechos Humanos y de la igualdad de las mujeres, y menos aún una democracia.
En otro lugar tengo contado el origen del regalo del Palacio de Marivent y el saqueo perpetrado hace años de sus paredes, depositarias en su día de una pinacoteca espectacular. Por resumir, aquello fue un legado que hizo un mecenas griego, avecindado en Palma de Mallorca, para disfrute de los mallorquines y para albergar un gran museo. El albacea del legado era la Diputación isleña, pero fue precisamente esta institución la que invitó a los entonces príncipes Juan Carlos y Sofia, a pasar unos días en Mallorca, allá por el año 1972. El mecenas, Ioannes Saridakis, fallecido en 1963, pintor, ingeniero y singular personaje, gran coleccionista de arte, se había instalado en Palma en 1923 y había encargado la construcción de la gran mansión al arquitecto Guillermo Forteza, y que fue quien bautizó su obra como Mar y Vent, (mar y viento en mallorquín). Fue su segunda esposa, ya viuda, quién legó 33.000 metros de finca a la Diputación en el año 1965.
La disposición testamentaria del millonario no deja lugar a dudas, al mandatar que debía “destinarse a perpetuidad a la instalación de un museo de arte provincial”, con servicios culturales y de enseñanza. Como en casos similares, de no cumplirse la voluntad del testador los bienes tienen legalmente que volver a la propiedad de los herederos. Nunca se llegó a realizar la voluntad del compatriota de la hoy Reina emérita, y que fue la que más prendada quedó del palacio en su día, cuando aún no era reina. Se da la paradoja de que, a pesar de que los miembros de la Familia Real son los únicos que disfrutan de este lugar, y que incluso se han construido con cargo al dinero público estancias separadas para las infantas, infantes y el servicio, lo cierto es que no es Patrimonio Nacional el titular de los bienes, si no el Gobierno Balear, con lo que, en teoría, solo en teoría, es propiedad de los isleños, verdaderos paganos de todo. Como los tiempos adelantan que es una barbaridad, que decía el célebre don Hilarión de la zarzuela, no es descartable que este asunto pase a estar en la agenda de las próximas elecciones, una vez superados los tiempos en que la baba nacional no nos dejaba articular palabra.