El inacabado viaje al centro y la pesadilla de Ionesco
En tiempos no tan lejanos los analistas de los medios de comunicación pontificaban acerca de la conveniencia, para los partidos políticos, de acercarse al centro, en particular en los meses preelectorales, pues, -y aquí utilizaban un símil futbolístico- era en ese espacio donde se decidía el partido. Fue así como José María Aznar, con Pedro Arriola de asesor y estratega, inició un viaje al centro, tan cacareado y anunciado que motivó unos cuantos chascarrillos de Alfonso Guerra, gran maestro en poner solfa a sus adversarios, de dentro y fuera del PSOE. Pero los tiempos cambian, o adelantan una barbaridad, que diría don Hilarión, el de la célebre zarzuela La verbena de la Paloma, y ahora parece que todos, con alguna excepción, se acercan a la derecha e incluso a la extrema derecha. El señalado fenómeno viene ocurriendo desde hace años, antes incluso de que apareciese en escena un grupo siniestro al que casi todos los tertulianos dicen no querer mencionar, pero al final lo hacen; en mi caso no lo voy a hacer, así es que ya ven que fácil es cumplir si uno se lo propone.
Los defensores del inmovilismo político, optimistas por naturaleza, restan importancia al fenómeno de la irrupción, en España y en Europa, de partidos y grupos abiertamente antisistema, neofascistas en muchos casos, y que recogen su siembra no solo en el campo, si no en barriadas urbanas antaño muy rojas. La receta de estos nuevos grupos es repetir bulos y mentiras, con la inestimable ayuda de las redes sociales, como que los inmigrantes vienen a quitarnos nuestro trabajo, o que el Estado prioriza a estos en el reparto de viviendas, ayudas sociales, pensiones, y que son los culpables de las listas de espera de los hospitales; a lo que hay que sumar el gran filón de Cataluña, con la teoría franquista de los cómplices del separatismo, y que hoy, como ayer, siempre son las izquierdas. Utilizan hasta la saciedad el discurso de la anti política, de legítimo origen fascista, y acusan a todos los demás de corrupción, cuando lo cierto es que algunos los líderes de la “nueva política” vienen de un partido condenado en los tribunales por haberse beneficiado de los saqueos de las arcas públicas, y de vivir a cuerpo de rey, de las autonomías con las que quieren acabar y de las “mamandurrias” de Doña Esperanza Aguirre.
Todo eso y mucho más escuchamos a diario en los bares, en un consultorio médico, o en la parada del autobús, verbalizado como verdades ontológicas por miles y miles de españoles, en muchos casos repetidas por los mismos que sufren en carne propia las consecuencias de la economía global, con las políticas depredadoras de los fondos buitre, las privatizaciones, las deslocalizaciones o la precariedad laboraL.
Lo anterior debería de hacer reflexionar a la izquierda y tomarse el trabajo de hacer pedagogía de cómo funciona la economía y la política, además de articular respuestas para los tiempos que vienen. Pero no solo no se han percatado de la que se les viene encima, si no que, en muchos casos han “comprado” desde hace tiempo las viejas recetas conservadoras, y la defensa cerrada de las tradiciones del rancio catolicismo español. Se han alejado, y mucho, de las señas de identidad, de progreso, cultura, laicismo y modernidad que defendían en otros tiempos los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza, así como socialistas y republicanos. En ese desplazamiento hacia la derecha del socialismo español hay distintos grados, que también se dan en la izquierda alternativa. Sería muy prolijo detallar los rasgos de este deslizamiento complaciente, como en una pista bañada de aceite, de los varones territoriales socialistas, decantados en los últimos tiempos como susanistas y sanchistas, pero no muy diferentes en sus usos y costumbres. Algunos no han digerido la derrota interna y aprovechan cualquier ocasión para llevar la contraria a los ministros de su partido, como a la ministra de Transición Ecológica a propósito de la caza, al parecer deporte de la clase obrera. También el contencioso de Cataluña es utilizado por los varones socialistas para amenazar al gobierno nacional, o mejor dicho, a su presidente, Pedro Sánchez, cuando hace algún movimiento, y que interpretan, al igual que el PP, como entreguista; parece que para tranquilizar a su electorado, o eso se creen.
Empalagoso y fuera de lugar resulta este permanente concurso de “españolidad”, y los valores que al parecer representa la bandera. Otro test de esa derechización lo constituye desde hace años el boicot que los propios socialistas han hecho a la Ley de Memoria Histórica, muy tímida y sin consecuencias jurídicas, y que no solo no ha tenido impulso de los cargos públicos del PSOE, sino que se han opuesto y se oponen a llevarla a efecto, y podría poner muchos casos, pero solo citaré dos. Uno la defensa encarnizada que ha hecho y hace el alcalde de Vigo, el exministro Abel Caballero, de la cruz de los caídos franquistas; otro la escasa o nula sensibilidad que ha mostrado siempre por estos asuntos Emiliano García-Page, como alcalde de Toledo y como presidente regional, y a los hechos me remito, siempre a remolque de iniciativas de IU, pero el primero en todas las procesiones católicas, y generoso para todo lo que la Iglesia precise. Como colofón, una vergüenza nacional, la permanencia del nombre de Numancia de la Sagra desde 1936, en el antiguo pueblo de Azaña, y, como no podía ser de otra manera, bajo mandato socialista en la actualidad.
En el catolicismo socialista hay grados, que van desde el cinismo contemporizador hasta el entusiasmo militante, y este es el caso de Javier Lambán, presidente de Aragón, que se ha convertido en el brazo ejecutor, de la oposición a las demandas del Ayuntamiento de Zaragoza, contra las fraudulentas inmatriculaciones de bienes inmuebles perpetradas por el Arzobispado. La alineación con la iglesia católica también la practicó el gobierno de Rodríguez Zapatero, con un fabuloso incremento de la aportación anual a través de los presupuestos generales del Estado. En devoción católica, con nuestros presupuestos se entiende, no le van a la zaga a los socialistas muchos alcaldes de los ayuntamientos del cambio, y ahí tenemos al alcalde de Cádiz condecorando vírgenes, y a la alcaldesa de Madrid, asistiendo a todo tipo de eucaristías, y encomendando la ciudad a la devoción mariana. Tres alcaldes de la izquierda alternativa se salvan, -puede que haya alguno más- los de Zaragoza, Valencia y Santiago de Compostela, soportando campañas mediáticas muy duras, pero manteniendo la dignidad laica de sus cargos.
Ahora, con el efecto que tiene en la política la aparición de un nuevo actor, se intensifican los discursos defensores de las esencias patrias, y se mezcla todo, la religión con el folklore y las tradiciones de todo tipo, la bandera, la paella valenciana, la fiesta de los toros, la caza, el amor al ejército y, por supuesto, la equidistancia ante la utilización de la justicia para perseguir la libertad de expresión de los profesionales del humor. También asistiremos, y si no al tiempo, a la puesta en cuestión de muchos años de trabajo académico, serio y riguroso, que ha situado al franquismo, con datos abrumadores, como un régimen criminal y saqueador. El negacionismo se ha hecho ya un hueco, y la equidistancia y la banalización del mal también.
Nos encontramos, en el ámbito de la política, ante un efecto contagio, tal y como ocurre en el resto de Europa, y es triste que la ciudadanía opte por quienes ofrecen soluciones fáciles para problemas complejos, sin reparar en que a la postre va contra sus propios intereses, por la pérdida de derechos y libertades que se puede producir, si llegan al poder esos “patriotas”, partidarios, y en esto no engañan, de destruir todas las conquistas sociales. Si hubiera que utilizar un símil literario, se puede decir que estamos ante la representación de una obra de las más emblemáticas del Teatro del Absurdo, me refiero a El Rinoceronte, de Eugene Ionesco. En la ficción literaria un pueblo se ve paulatinamente invadido por rinocerontes, y, poco a poco, del rechazo inicial se va pasando a una aceptación de la ocupación, y a la bestialización de la mayoría de la población, que va asumiendo como normal el dominio de los paquidermos y va imitando sus usos y costumbres. La obra, poco comprendida en su día, es un alegado contra los regímenes totalitarios y los procesos que se dan en las sociedades, hasta llegar al absurdo de apoyar a quienes a la postre acaban con nosotros.