El odio de Podemos
Lo peor de la espantada de Podemos en la votación presupuestaria es que no sorprende: su objetivo no es consolidar el sistema, sino destruirlo. El partido morado no nació para dar estabilidad a la democracia representativa, sino para sustituirla por la cosa esa entre bolivariana e inútil de la democracia representativa, con lo peligroso que es eso de ponerle apellidos a tan sagrada palabra. No parece que el No a las cuentas del gobierno Page tenga detrás un análisis exhaustivo de las necesidades financieras de la región; parece, más bien, que Pablo Iglesias tocó la corneta y su cromo en Castilla-La Mancha se puso en modo Josep Piqué, con la cabeza gacha y firme ante el todopoderoso líder.
Más allá de la disputa entre García Molina y Llorente, que a buen seguro acabará con alguno de los dos con un piolet clavado en la espalda de lunes al sol por Zocodover, lo cierto es que Podemos no existe en Castilla-La Mancha. Quiero decir que el partido en sí no tiene entidad más que en las ambiciones teóricas de sus líderes, que pretenden trasladar el espíritu asambleario de la Complu a todos los rincones de nuestro país. Pero es una ambición, ya digo, teórica, casi retórica, que tiene que ver con el asalto del poder, y no con la eficiente gestión de los recursos públicos.
Es Iglesias quien le dice no a Page, quien ha dinamitado la prometida estabilidad del gobierno; cierto es que los dirigentes socialistas se apresuraron, con una felicidad casi mesiánica, histriónica, burbujeante, a celebrar la Presidencia la misma noche electoral, después de perder las elecciones, dando por hecho que Podemos les apoyaría a cualquier precio. Pasados los años, parece que el Gobierno regional va dándose cuenta de que Podemos no es de fiar, que sus decisiones fluctúan en función de la corneta que toque Iglesias, de la tuerca que se le afloje ese día.
Ojalá lean los dirigentes del Ejecutivo el acertado diagnóstico que ayer publicaba en este periódico mi admirado Fuentes Lázaro. Venía a decir don Jesús que la inquina de Podemos tiene que ver mucho más con lo esencial que con lo circunstancial: no es que tengan motivos para no apoyar unos presupuestos concretos, es que quieren destruir todo lo que tenga que ver con el PSOE moderado que fue capaz, en un ejercicio de generosidad compartido, de articular la Transición Democrática. Ese proceso, que parte de la necesidad de iniciar un camino de encuentro, es el que quieren cargarse los de Iglesias. Para ellos, como para los independentistas, la Transición fue el candado que cerró sus aspiraciones disgregadoras. Para Podemos, el verdadero enemigo es el PSOE centrado, ese que pretende reformar España sin destruirla. No es por unos presupuestos, es por la historia. “Todo anticomunista es un pero”, dijo Sartre. Y en eso están.