No lo está haciendo
Quién ha visto a Castilla-La Mancha… y quien la ve. Hagan ustedes memoria: con la excepción de la era Fuentes Lázaro, de sensata transición, las diferentes administraciones que han gobernado la región han sido patriarcales. Quiero decir que, más allá de los fallos y de los aciertos, los diferentes presidentes autonómicos han sabido tejer, gracias a la fuerza de los votos, una red de apoyos suficiente como para no tener que echar demasiadas cuentas sobre su supervivencia.
Qué decir de los años de Bono, a los que el plomo sería material demasiado ligero para calificarlos, legislaturas de ordeno y mando y vuelvo a mandar: fueron años de construcción regional, a veces más a ritmo de chiringuito que de comunidad, pero, oiga, crear de donde no hay tampoco es tarea fácil. Además, en aquellos años la consejería más potente era la de la oposición, que casi parecía que iba a sueldo de la Junta. A Bono le sucedió Barreda, que fue metiendo millones en el presupuesto hasta que la crisis le dejó a él sin votos y a la región sin un duro. Pero, aun así, cimentado por el clientelismo mediático y la política de pactos vacíos, logró encadenar unos cuantos años de estabilidad. Pero la crisis empujó con tal fuerza que el PP, que desde 2008 había empezado a tomarse en serio la región, arrasó en las elecciones. Y el gobierno Cospedal, quizá más borde y antipático que ninguno, consiguió enderezar el rumbo económico y sanear unas cuentas que andaban tiritando y medio intervenidas.
Pero en ninguno de esos casos se produjo la situación de absoluta inseguridad institucional que atraviesa Castilla-La Macha. Las razones, desde luego, son muchas y complejas pero, de todas ellas, la más sorprendente, por ser la única cuya solución sí estaría en manos del gobierno, es la incapacidad del presidente García-Page de adaptarse a la nueva situación. Da la impresión de que no acaba de entender que ya no se puede hacer política como lo hicieron sus antepasados, que el nuevo tiempo exige nuevas reglas, que ya no se puede trazar una línea que separe a buenos y malos y pretender que, a golpe de puñetazo en la mesa, todo vaya a solucionarse. No es fácil la tarea que el presidente tiene por delante, desde luego, y la gravísima crisis interna vivida por su partido tampoco ayuda, pero sí está en sus manos tender puentes, cambiar el rumbo, dialogar más… y no lo está haciendo.
Amenazar con adelantar las elecciones es una estrategia política, sin más recorrido que el runrun diario de la rueda de prensa de ida y vuelta; el problema es la falta de proyecto político, la ausencia de rumbo. La inestabilidad política que atraviesa Castilla-La Mancha no es exclusiva responsabilidad del presidente, desde luego; pero sí es cierto que él es quien más puede hacer por solventarla. Y no lo está haciendo.