El Alcaná

El agujero de Rajoy y la traición histórica de Podemos

6 noviembre, 2017 00:00

Puigdemont se entregó ayer a la policía belga para evitar la imagen del arresto. Es la gran disciplina que controla el ya ex president de la Generalitat, la propaganda, justo la que no termina ni siquiera de atisbar el Gobierno español. Una mentira repetida hasta la saciedad concluye en verdad, como muy bien supo ver Joseph Goebbels en el 33. De esta forma, el nacionalismo repite a modo de mantra una serie de preceptos que machaconamente ha inculcado a través de escuela, radio y televisión. Creo que sólo le ha faltado ordenar a los catalanes que suban el volumen de su transistor cada vez que hable el Molt Honorable.

Con los años me he hecho marianista, muy a mi pesar, no por ningún tipo de complejo, sino porque la táctica de dejar que los problemas se pudran nunca fue conmigo. Sin embargo, he de reconocer que hasta el momento le ha dado resultado en cualquier litigio que haya tenido dentro o fuera del partido. Además, por experiencia o la propia solvencia del personaje, es sin duda el político de más talla que existe en el panorama nacional. Sucede, sin embargo, que podríamos ponerle varias objeciones a la táctica elegida para liquidar el golpe de Estado y el secesionismo.

La principal es que, como responsable del Gobierno de España, no ha sido capaz de articular un relato alternativo a la cobertura nacionalista en Cataluña. Es cierto que no ha sido sólo problema suyo, sino de todos los gobiernos anteriores y también de la propia sociedad civil. Ocurre, no obstante, que la única batalla que pueden plantear ya los nacionalistas separatistas es en el ámbito de la propaganda, la mentira y la internacionalización. Los manchegos, castellanos, canarios, cántabros, andaluces y demás habitantes de la tierra hispánica sabemos de las mentiras de estos impresentables, incluida una gran parte de los catalanes. Sin embargo, ese presupuesto no es válido si salimos al exterior, donde nadie sabe lo que ocurre dentro. Ahí es donde falta el Gobierno y su relato. Sin añadir a los que fomentan la leyenda negra española como rencor u odio acérrimo a una Historia que ya no pueden levantar.

Y es aquí donde entra Podemos y Pablo Iglesias, la izquierda roma, timorata, rancia, cáustica y a la salida del sarcófago que entre todos hemos pagado, la universidad a la puerta de casa. Pablo Iglesias no es capaz de pronunciar España sin que se le subleven las dientes o le provoque sarpullidos. Las letras se le quedan atoradas y la eñe se enreda en sus barbas. En algún vídeo por ahí circulando, él mismo lo reconoce. La izquierda perdió la guerra y no hay relato atractivo para España. Es desolador, descorazonador, horrendo, abracadabrante, que los nietos de los que hicieron la guerra lleven el rencor ajado a la solapa. De ahí a ser socios colaboradores del separatismo, sólo quedaba la coyuntura y la oportunidad. Y la ha encontrado. Dinamita el régimen del setenta y ocho y la monarquía, aquellos mismos elementos que lo han convertido en un derechohabiente sin responsabilidad alguna.

Así las cosas, dudo razonablemente de la estrategia mariana de aplicar un 155 blando, con elecciones a la vuelta de la esquina. España es una de las principales democracias del mundo, según Naciones Unidas, y no debe demostrar patente de corso a cada paso que da. Es más, vuelve a ser referente; de cómo resolvamos el problema catalán dependerá el futuro de Europa. Lombardía, Córcega y Baviera vienen detrás. Por eso, aquellos que hablan de que los jueces no tienen altura de miras, habría que darles un cursillo de Montesquieu acelerado. Es una vergüenza. Si el golpe de Estado triunfa o sus promotores se van de rositas, ya no habrá motivo alguno para pagar impuestos. Y es que mi sensibilidad también es muy susceptible con el fisco y su acentuada tendencia de requisarme el veinte por ciento todos los meses.