El Alcaná

Patria o la hidra de dos cabezas

27 noviembre, 2017 00:00

Termino de leer estos días Patria, el fenómeno editorial de Fernando Aramburu que le ha merecido el Premio Nacional de Narrativa. Sé que llego tarde a glosar las virtudes de la novela, pero me parecen tan sobresalientes tanto la forma como el fondo que no quedaría tranquilo si no lo hiciera. Para empezar, diré que Aramburu se me ha revelado como uno de los grandes escritores de este primer tramo de siglo, ya que utiliza técnicas muy complicadas como todo buen autor sabe. Maneja los saltos en el tiempo de forma sorprendente sin que el lector pierda el hilo de la novela ni un ápice de interés. Y, sobre todo, es capaz de pasar de la tercera a la primera persona con una naturalidad fascinante, creando un complejo mundo de impresiones contrapuestas que dibujan con una claridad asombrosa la profunda hendidura que deja la fiebre nacionalista en el seno de cualquier familia. Patria debiera ser lectura obligada en los colegios de Cataluña este mismo curso en virtud del artículo 155.

Sobre todo, porque hay varias maldades latentes en el actual discurso nacionalista que no resisten un análisis sereno y desapasionado. El mártir Junqueras, que ha hecho de la cárcel el relato de sus llagas, dice a boca llena que el nacionalismo catalán no ha usado la violencia y que “somos gente pacífica”. Error o mentira sibilina y malintencionada. El último ejemplo son los atentados contra los fiscales y jueces de Cataluña, que han recibido varias amenazas y sabotajes, como rotura de ruedas o pintadas en sus casas. ¿A qué llama usted violencia, señor Junqueras? También violencia es enseñar a los niños una Historia falsa y llena de odio en las aulas. No pondrán bombas, pero extraen las entrañas del inocente y débil para hacerlo cómplice silente y consentidor desde el principio.

El nacionalismo es una ideología visceral carente de raciocinio, pues apela a las vísceras y las emociones, que determina que un individuo, su clase social y, sobre todo, su pueblo, es superior a otro por el simple hecho de pertenencia y nacimiento. No existe un discurso más repulsivo intelectualmente desde las luces de la razón y la civilidad. Si nos vale la Declaración Universal de los Derechos Humanos como base y guía, el nacionalismo queda finiquitado desde el principio.

Sucede, sin embargo, que ese discurso carente de sentido se envuelve y ensimisma con toda una serie de ingredientes que contribuyen a incrementar esa sensación de agravio y visceral. El nacionalista y, sobre todo, el dirigente nacionalista sabe que debe alimentar el monstruo de forma constante para que la telaraña que teje no ceda por ningún sitio. De ahí que su victoria más decisiva sea la de alcanzar directamente al tejido social, imbricándose en él y emponzoñándolo a su interés y conveniencia. Es ahí donde aparece Patria, el desgarrador relato que conmueve y demuestra cómo se parten familias y dejan de hablarse por la hidra furibunda del nacionalismo. En Euskadi fue ETA; en Cataluña, Terra Lliure. Pero por encima de ellas, que son las expresiones máximas de la violencia, toda una serie de amenazas, amalgama de sobreentendidos y manuales de buenos patriotas o no. El pueblo está por encima de cualquier otra cosa, incluso de los propios individuos y ciudadanos que deben supeditarse a él. Igual que el paraíso comunista o el estado fascista. Una dictadura que apuñala el corazón de la libertad.

Si concluyen este 2017 sin haberla leído, les recomiendo vivamente que estos días de compras y regalos se hagan con ella. Es una lectura perfecta, redonda y desgarradora. Incluso algún amigo me dijo tras acabarla que dudaba quiénes eran los buenos y los malos. El terrorista, la madre del terrorista, la hermana, la víctima y su complejo mundo de oscuridades… No lo duden ni un instante. Y si ya la han leído, espero que hayan acabado tan conmovidos como yo.