El tardomarianismo
La Audiencia Nacional ha dictaminado que el Partido Popular fue responsable civil a título lucrativo de la trama Gürtel. El revuelo de la sentencia, que da por probada la existencia de una caja be y manda a Bárcenas y Rosalía a chirona, ha provocado la presentación de una moción de censura del Psoe, encabezada por Pedro Sánchez. Los del chaletariado de Podemos ya han dicho que la apoyarán sin condiciones y los separatistas han visto el cielo abierto para sacar de la trena a todos los que tienen dentro. La llave es de Rivera y Ciudadanos, que deshojan la margarita convertida en campo tullido de amapolas. Que por mayo era por mayo.
Rajoy no está tan fuera de la Moncloa como algunos creen. Siento aguar la fiesta, pero ahí está el Madrid ganando copas de Europa como con Franco. Los gallegos tienen imán para los merengues. Compiten también blancos y azules en devorar a sus hijos, igual que Saturno. Pocas veces un presupuesto ha durado tan poco; y eso que venía con txapela carlistona y trabucaire y un aurresku de Urkullu. Pocas veces una Champions ha caducado antes frente al Apolo portugués devenido en Narcisos. Gayarre, que me sitúa en la anti España futbolística, no gana para disgustos.
Sánchez ha presentado la tercera moción de censura de la democracia. La primera sirvió para lanzar a Felipe González y que Guerra llamara a Suárez “tahúr del Mississipi”; la segunda, para defenestrar a Hernández Mancha en los tiempos que Gerardo Iglesias subió de la mina. Aznar bebía Ribera entonces y atusaba el bigote antes de que Fraga le rompiera la carta en sus narices. Ahora el Psoe vuelve de la mano de un señor que no está en el Parlamento y una portavoz, Carmen Calvo, que dejó para Oriente y Occidente una frase a la altura de su paisano cordobés, Séneca: “el dinero público no es de nadie”. Que se quede Rajoy y pague Montoro los platos rotos.
La acumulación de delitos en los últimos tiempos del partido del Gobierno es una sucesión de cromos de la Liga o tapas de los yogures. La detención de Zaplana confirma el expolio al que se acostumbró el país y el peperío a costa de adjudicar obra pública. Cospedal ha pedido perdón varias veces, pero no es suficiente. En política, debieran depurarse responsabilidades de igual forma que se hace en la empresa privada y no esperar cada cuatro años. Ahora Rivera y Sánchez habrán de pactar elecciones y no un gobierno monstruo. De las crisis se sale votando y hay tiempo para convocar en otoño.
Los millennials no sabrán que hubo otra época atroz de la democracia española, que fue el final del felipismo. España renqueaba entonces de una crisis tras el éxito del noventa y dos, y Felipe volvió a ganar con aquello del cambio del cambio. Cada mañana era una asfixia e intoxicación. Los Gal, Roldán, Filesa, Ibercorp, las escuchas... Tantos fueron los escándalos que aquella última legislatura tuvo nombre propio, el tardofelipismo. Hoy, metidos en este mayo postrero que augura junio de desenfreno, vienen a mi memoria estos hechos. Rajoy no está hundido. El marianismo resiste y se sienta a ver cómo desfilan sus contrarios y si son capaces de ponerse de acuerdo. Siempre lo dije, en el país de los ciegos, el tuerto es el rey. Que nadie se impaciente ni se ponga nervioso. El tardomarianismo mata la siesta de junio en bostezos y Cibeles.