El Mundial
Hoy es el quinto día desde que comenzó el Mundial. Reconozco que soy un friki de los mundiales, de aquellos que se ven todos los partidos por más extraños que parezcan. El resto del año he aprendido a pasar del fútbol, pues es tal la saturación que provoca que mi organismo no tolera más. Pero cuando llega el Mundial, la cosa cambia. Es el altar de la cerveza y los panchitos el que se yergue sobre el salón para contemplar la más bella estampa de un acontecimiento de dimensiones universales. Sólo un cónclave con cardenales venidos de todo el mundo podría equipararse a un espectáculo como este. Los jugadores africanos, asiáticos u oceánicos son un bálsamo en la tarde de junio, inacabable, como la luz de sus días. Aprendí a ver mundiales en México 86, con apenas diez años... y descubrí el maravilloso orbe de los husos horarios, que hacía quedarme las noches en vela contemplando a unos señores corriendo tras el balón. Fue mi primer trasnoche consentido. Luego llegaron más, pero sin consentimiento alguno.
Un Argelia-Túnez o un Corea-Costa de Marfil son un monumento a la inteligencia y la belleza. No tendrán ni idea de fútbol, pero los colores son bellos al costado del televisor. Es como el Tour de Francia, que no sabes el nombre de los ciclistas, pero las camisetas brillan e inundan de croma el salón. Las bicicletas son para el verano y las prórrogas también. Tengo amigos capaces de devorar neveras enteras en sesiones interminables de fútbol y conguitos. Al final, no se habla del partido ni nada en concreto; sólo se observa cómo muere la tarde en el incendio del crepúsculo y el horizonte. Ya no sé si leo a Rubén Darío o a Jorge Valdano.
Hay quien sostiene que los mundiales provocan divorcios y discusiones de pareja. Nada más lejos de la realidad, pues son fuente incesante de juegos eróticos. Hacer el amor a cada gol de tu equipo es una lozana y bella forma de celebrar el solsticio, rodeado de perfúmenes y alcoholes varios. Es el sacrificio de las palomas que García Calvo hacía en lo alto de su tejado para contentar a las divinidades. Roma nos dejó el latín y Grecia, el teatro. Las dos juntas, una amalgama de historias y leyendas que aún sirven para la vida. El fútbol parió el catenaccio y fue cuando la civilización grecorromana entró en barrena. Hoy Italia no juega mundiales ni acoge barcos. Si la democracia cristiana no se recompone, caerá presa de sus vicios. El nacionalismo y el populismo conseguirán lo que ni Andreotti ni la Mafia lograron, hundir el país. Valen más cuarenta democristianos eligiendo Papa que un par de populistas redentores.
España ha empatado con Portugal tras el acuerdo hispanoluso de Florentino. El presidente del Madrid fichará a De Gea por mucho menos de lo que vale y retendrá a Cristiano, a quien ya sólo pueden alcanzar los chinos o el petrodólar. Lopetegui ha sido el Vellido Dolfos de esta historia, hijo de Dolfos Vellido. La vida es una competición donde se aprovechan hasta los tiempos muertos. El que está más cerca de ti, al final es quien te traiciona. El balón ha comenzado a rodar y el planeta se paraliza de lágrimas o cervezas. El fútbol es el desarrollo moderno de la guerra y el campo de batalla por otros métodos. Un Francia-Inglaterra es un enfrentamiento bélico, no un partido. Los alemanes siempre ganan y dan la vuelta a Yalta. Sólo faltan Brasil y Argentina para ofrecer los toques latinos, aunque Messi parece el lamento de un tango. España conserva a Iniesta y venderá todo su vino en Rusia. Con permiso de Hierro, debería haber sido elegido entrenador/jugador, como ha sucedido otras veces en la historia del fútbol. De todas formas, no se dejen llevar por las apariencias. En realidad, a mí me gustan los documentales de la 2.