La España inane
España ha caído en los penaltis de los octavos de final del Mundial de Rusia frente a la anfitriona. Después de una primera fase turbulenta, el equipo no ha sido capaz de rehacerse para demostrar su jerarquía en el campo. Lo ocurrido días antes de la cita, con la intromisión de Florentino y el cese de Lopetegui, desestabilizó a un cuadro del que se hizo cargo Fernando Hierro, el central más leñero que uno recuerda desde los tiempos de Goikoetxea. España ha practicado el fútbol de posesión de forma estéril, inane, sin ocasiones, elaborando jugadas para sí misma en un apolíneo acto de narcisismo. Nos miramos al espejo y nos gustamos, como la España de Sánchez se coloca las gafas de sol y se hace fotos. Pasamos el balón de uno a otro sin profundidad, velocidad ni desmarque, que es tanto como decir que elaboramos un discurso precioso para nosotros mismos. Ni la España plural de Piqué y Ramos funcionó como antes lo había hecho. El catalán levantó la mano como si pidiera votar en el referéndum del uno de octubre. Y el árbitro, un holandés sin complejos, le leyó la cartilla y le sacó los tercios de Flandes. España se ensimisma y mira el ombligo, se consume, arde y extingue como una pavesa y no es capaz de salir del esquema que el rival le prepara. Futbolísticamente, ha ocurrido lo que en política. Rusia ha jugado a desestabilizar y lo ha conseguido. Ahora los fantasmas surgirán de lo hondo de la tierra y Caín empuñará el cuchillo.
Los problemas de la selección española de fútbol no han sido tanto de estilo como de carácter y determinación. El estilo es bueno y ha sido alabado por todo el mundo. Con él hemos sido campeones en tres ocasiones; pero eso sí, siempre que hubo velocidad, talento y desborde. Cruyff inventó al lateral rayano en la cal como una de las formas que existen para abrir el campo. Guardiola perfeccionó el método y demostró al mundo que con juego hermoso y elaborado puede ganarse también. La selección española es deudora de ese estilo y lo practicó con entusiasmo y denuedo… hasta que los jugadores se cansaron. Los futbolistas no pueden andar por la cancha, deben correr. Cambiar el balón de banda a banda en tu propio campo es como asistir a un discurso de Carmen Calvo; echar para atrás la pelota es darle a Junqueras la posibilidad del arrepentimiento; jugar con posesiones interminables es tragarse una plática de Torra en la ONU. España ha caído presa de sus vicios y no ha encontrado soluciones a los problemas. La selección ganadora de hace seis años ha devenido en un postureo colosal, como la democracia bonita de Sánchez. Tenemos la pelota y salvamos barcos, pero el mundo va por otro lado.
España es la nación más fuerte del orbe porque lleva la vida entera intentando separarse y no lo consigue. Y porque cae siempre en los mismos errores cuando llegan las grandes competiciones futbolísticas. Nos tuvimos que ir hasta Sudáfrica, como Magallanes, para obtener justo precio y recompensa. Quizá fuera un oasis o el final de la guerra de los boers. Ahora volvemos a nuestra apatía y destino universal. Rusia ha sido final y tumba de grandes ejércitos como el napoleónico o el alemán. Ahora nuestras tropas mueren bajo la lluvia moscovita y el VAR de Putin… De la División Azul a la Roja, España se hace pequeña cuando guerrea consigo misma. Lo único que nos queda de consuelo es que De Gea se ha ido inmaculado del Mundial. Era Puigdemont con un recogido en el pelo.