Algo se muere en el alma
María Dolores de Cospedal dijo el viernes en el Hotel Beatriz de Toledo que deja la presidencia del PP en Castilla la Mancha. Ante la Junta Directiva Regional de su partido aseguró que lo había meditado mucho y que no había sido nada fácil, pero pensaba que era lo mejor. Atrás deja doce años en los que revolucionó un partido acostumbrado a perder en esta comunidad autónoma. De las doce tribus de Israel que era el PP en Castilla la Mancha, hizo un centurión romano, con escuadras organizadas prestas al combate. En su despedida lo dijo. Si queréis ganar elecciones, permaneced unidos. Porque había luz y era de día; si no, habría pensado que se trataba de la Última Cena.
Cospedal llegó una lejana primavera de 2006, cuando todos éramos jóvenes y creíamos en el amor. Todavía recuerdo la impresión que me produjo su nombre, pues nadie daba un duro por ella ni la conocía. El aparato socialista ya se encargó de tildarla de paracaidista antes de que pisara la tierra, como siempre había sucedido en el PP de aquí. Sin embargo, ella tenía salvoconducto de Albacete y un niño, Ricardo, recién nacido, en la contraportada de El País, con Karmentxu Marín. Eran los tiempos en los que impresionaba al personal por su belleza y modernidad. Parecía otra mujer a la que fue consejera de Transportes con Esperanza Aguirre. Se separó, tuvo al niño y cambió de estilo y peinado. Se quitó diez años y espabiló al peperío. Perdió la primera vez con Barreda, pero el tanque de gasolina que Bono dejó lleno empezaba a mermar.
Recuerdo, sobre todo, cuando la nombraron secretaria general. Estaba en la Expo de Zaragoza y allí apareció ante todos los medios nacionales desenvuelta, como si lo hubiera hecho toda la vida. Su labor de oposición en Castilla la Mancha fue subiendo de tono y diapasón. La crisis y las torpezas del Gobierno pasaban factura y María Dolores sabía que era ese momento o nunca. Ganó en el Once, cuando Page también revalidó su alcaldía en Toledo. Y le tocó la herencia más dura posible y el trabajo más áspero, administrar miseria.
Tengo dicho que el PP perdió frente a Page en el Quince no tanto por el fondo como por las formas. Se equivocó con algunos nombramientos y eso es una mácula en su currículum. Un líder se define por quienes lo rodean y en eso, Cospedal falló. O no acertó lo que debería. Luego vino el barceneo y lo que todos sabemos. Pocas veces en política, alguien dio tanto a otros a cambio de casi nada o perderlo todo. Cospedal se quemó a lo bonzo en los juzgados de Mendigorría y casi se traga un árbol. Rajoy le estará agradecido mientras viva.
María Dolores erró también en no mostrarse en público como lo hacía en privado. En la distancia corta ganaba muchísimo y parecía más próxima y cercana. Puedo contar historias que vi en primera persona, como su compromiso con los chavales del Síndrome de Down. Recuerdo un día que eliminó cualquier agenda del Gobierno para centrar el foco informativo en una entrevista que le hicieron ellos en Capaces en la Onda. Tiene genio, mala hostia y colmillo retorcido, pero eso en política es pleonasmo. Ahora no sabemos si parte definitivamente o cogerá avión a Bruselas.
La marcha de Cospedal es un portazo a una época, la que vivimos peligrosamente entre Madrid y Toledo. Atrás quedan recuerdos, reproches, broncas, risas y un tiempo de carestía. Ha podido ser incluso presidenta del Gobierno de España, pero sus compañeros no quisieron. Hubiera dejado a la Thatcher en bragas. Es liberal hasta la médula. A uno, que se dedica a contar lo que sucede a su alrededor y ve cómo pasan políticos que nacen, crecen y mueren, la marcha de Cospedal es como el candado de un tiempo. Si Bono ya me parece el Pleistoceno y Barreda, la Edad Media, Cospedal es el Renacimiento florentino de Borgias y Maquiavelos. Lo más duro de todo es contemplar cómo se pasan los años, cómo se pasa la vida, cuán presto se va el placer. Tengo el domingo manriqueño y un otoño por descubrir. Algo se muere en el alma.