Un Rey Mago
Fui designado este año embajador plenipotenciario del Rey Melchor en la Cabalgata de Toledo. Por la mañana, Cantizano en Onda Cero –que lo fue del Rey Gaspar en la Cabalgata de Jerez de la Frontera- me pasó el examen pertinente para saber si estaba preparado. Saqué nota sobrada y me dijo antes de concluir “disfruta la experiencia porque es única”. No sólo única; es irrepetible, inenarrable e impresionante. Los calificativos me faltan para describir semejante maravilla. Lo que yo vi, divisé, contemplé, observé desde lo alto de la carroza de Su Majestad no tiene precio. Serviría para llenar un corazón de vida el resto de sus días y perdurar en el tiempo y la memoria de forma imperecedera. Creo que es algo completamente distinto a cualquier otro tipo de experiencia. La ilusión, la inocencia, los sentidos enteros, unidos en el rostro de un niño. El sábado me di cuenta de que los planetas, el orbe y el firmamento todo caben dentro de una sonrisa.
No sólo los niños, que también y ya contaba con ello. Los mayores, los mayores que saben de qué va la vida, de qué pasta se argamasa la existencia. A los mayores les cambiaba la cara y abrían la boca, levantaban los brazos, gritaban “¡Melchor!”. Un clamor unísono, prendiendo desde Buenavista a Zocodover, con el ojo del alma, que diría Platón, puesto de pie. Qué emoción tan grande. Lo recuerdo y se me saltan las lágrimas. Ya en la propia carroza tuve que contenerme para no llorar. Debo ser que me he vuelto más tierno que el Día de la Madre, pero puedo decir, afirmar y jurar que todo lo vivido hasta ahora nada tiene que ver con una experiencia como la del sábado.
Quizá ello me lleve a pensar lo imbéciles que somos los humanos el resto de días, las cosas por las que peleamos, las cuestiones que nos enfrentan. Tampoco voy a ponerme metafísico, que no ha lugar. Pero sí aprendes claramente que la vida es liturgia, ilusión, cuidado, mimo, detalle. O cuidamos los detalles o nos vamos al garete. En todo, en el trabajo, la familia, la pareja, los hijos, las relaciones diarias y sociales que establecemos. No es que el buenismo habite en mí como regalo de Reyes, que también. Es que se nos olvida que somos personas y que es esa la asignatura más difícil de la vida.
Subir la Cuesta de las Armas con la ciudad rendida y Toledo entregada a tus pies me hacía recordar a Alfonso VI montado a caballo por el Cristo de la Luz. Ahora comprendo la fascinación de Reyes, emperadores, princesas y generales por esta ciudad. Zocodover me pareció la plaza más bella del mundo y lo único que acerté a decir sobre el escenario es que los padres jugaran con sus hijos y que todos amaran a esta ciudad por encima de todas las cosas. Los nervios me olvidaron la referencia al oro, el incienso y la mirra de los Sabios y la humildad que demostraron postrándose ante el Niño Jesús. Esa es otra de las claves de la vida, la humildad, el servicio, ser el último para colocarte el primero.
Agradezco a la alcaldesa Milagros Tolón y al Ayuntamiento de Toledo la oportunidad que me dieron confiándome el cargo de embajador plenipotenciario del Rey Melchor. Es una experiencia que no olvidaré jamás y que recomiendo vivamente a aquel que alguna vez se le presente. Lo de la tarde del sábado me vale para un diecinueve pleno de luz, alegría, amor y cariño. Gracias.