Los afrancesados
Hace algunas semanas, Santiago Abascal, líder de Vox, pronunció una de esas frases que valdrían para varias tesis. Llamó a Ciudadanos “afrancesados”, en referencia al fichaje de Valls, ex primer ministro socialista galo, para encabezar la candidatura de la formación naranja al Ayuntamiento de Barcelona. El misil iba dirigido con toda intención para quienes conocen la Historia de España, aunque cada vez son menos. Llamar afrancesado a alguien es suponerlo colaboracionista del Ejército francés de Napoleón cuando invadió nuestro país. Como eso ya nos pilla a trasmano, el término lleva su carga en cercenar cualquier resquicio liberal a Ciudadanos, procedente de la gran herencia y patrimonio de los liberales de Cádiz, aquellos que se enfrentaron al ejército invasor tras la felonía, esta sí, de Fernando VII y levantaron la primera gran constitución española digna de tal nombre. La Pepa fue la cumbre del parlamentarismo de los Argüelles o Quintana, que además tuvieron la osadía de hacerla jurar al propio monarca que, años después, cargó contra ellos de forma furibunda tras el Manifiesto de los Persas. Abascal los llama afrancesados y así capa cualquier crecimiento vegetativo por el centro si de defender a España se trata.
Sin embargo, y pese a que Valls no es de mi cuerda ni mucho menos de mis afectos, la posición central de Ciudadanos se hace ahora más necesaria que nunca. De ahí que Arrimadas haya dado el salto a la política nacional. Vox no es más que testosterona expulsada, segregada y alentada por el melifluo de Sánchez. Ayer se fue a Colliure a homenajear a Machado con la progresía de nómina en el Falcon. Después le puso una corona a Azaña. Quizá a Sánchez se le olvidó que ya Aznar en el 96 reivindicó la figura de Azaña y sus diarios, sobre todo, la famosa velada de Benicarló que terminaba con la paz, la piedad y el perdón.
España se defiende desde lo mejor de su herencia, que es la Transición, los valores comunes, el respeto, la centralidad y la moderación. El liberalismo español es quien dio la cara frente al felón y luego los trabucaires carlistas. El nacionalismo de hoy y, por extensión el independentismo, no es más que la evolución natural del Trono y Altar. Puigdemont no es más que un Antonio Pérez, en expresión afortunadísima de Alfonso Guerra, que vaga por Europa agrandando la leyenda negra. Arrimadas fue ayer a verlo a Waterloo y, lejos de las críticas que ahora de todos recibe por miedo, envidia o recelo, hizo lo que debía. Le dijo que era un prófugo de la justicia y que debía responder ante los jueces. A Inés la han llamado puta y zorra los indepes del pueblo de Puigdemont y el movimiento separata. ¿Con estos son con los que aspira a entenderse el bello Efebo que aún habita la Moncloa? Pedro es presidente por guapo y cansino, firma libros que otros escriben y llama facha a la derecha para movilizar a la izquierda. Mercedes Milá, que hace tiempo que perdió el norte y las bragas, se lo presenta y practica periodismo de armario, metiéndose en camas ajenas como si esto fuera Gran Hermano.
Arrimadas dijo ayer que Puigdemont se está dando la vidorra a costa del dinero público de todos los españoles. En esto, Inés fue más catalana que nadie pues secundó al gran Plá, cuando preguntaba por los hoteles madrileños de la incipiente república: “esto, ¿quién lo paga?”. Los catalanes necesitarán un 155 sine die aplicado con la lógica de las cosas, no con la testosterona ni la caspa. Una amiga mía dice que lo único bueno que ve a Abascal es que tiene cara de empotrador. Pero la política no es cuestión de huevos. A Ciudadanos se le iban los votos a chorros porque compró el discurso de Valls y Sánchez del cordón sanitario y la extrema derecha, sin darse cuenta de que su votante repele más a Pedro que a otra cosa y concomita con Vox en la cuestión nacional. Por eso, Arrimadas se viene. Es la Agustina de Aragón que hacía falta para tanto postureo.