Magallanes, Elcano y España como solución
Se cumplen estos días los quinientos años desde que cinco naos españolas salieran de Sevilla en busca de un paso marítimo que pudiera atravesar o cruzar el Nuevo Mundo descubierto por Colón tres décadas atrás. Comandaba la expedición un portugués, Fernando de Magallanes, auspiciado por la Corona española. Fueron varios centenares de hombres los que marcharon y sólo un par de decenas los que volvieron, capitaneados por Juan Sebastián Elcano, después de que Magallanes muriera durante el viaje. Lo hecho por aquel grupo de hombres entonces asombró al mundo y aún hoy lo sigue haciendo, pues fueron capaces de sobrevivir y resistir enfermedades y contratiempos sin límite. Cinco siglo después, la conmemoración puede servir para hacer alguna que otra reflexión sin ponernos demasiado estupendos.
Cualquiera que viaje por el mundo se da cuenta del impresionante legado español dejado por nuestros antecesores. Bismarck decía que éramos la nación más fuerte del orbe porque llevábamos media vida intentando separarnos sin conseguirlo. Podríamos ir más allá incluso. Somos de los pocos países del mundo que andamos todos los días preguntándonos por nuestro ser, identidad y conformación. Lo malo de esto no es que haya calado en determinados sectores de población. Lo realmente triste es que todas las generaciones de intelectuales españoles hayan tenido que ponerse a pensar sobre ello. Como si el hecho de vivir y ser del país en que se nace sin ningún tipo de complejo fuera imposible en España, constituyera delito que en ninguna otra parte está penado o fuera problema de imposible resolución en esta piel de toro. Los portugueses, que son vecinos y estuvieron media vida junto a nosotros, jamás les da por ponerse a pensar en ello. Quién puso el desasosiego en nuestras entrañas, como escribió Víctor Manuel.
Sin embargo, la obra española por el mundo es inmensa y su principal legado, un tesoro de valor incalculable, la lengua. Hoy el español es el segundo idioma más hablado del planeta con miles de millones de personas utilizándolo en su quehacer diario o intentando aprenderlo. Quien deja el lenguaje, deja su pensamiento. Por eso, es admirable la huella de España en tantos sitios. Estos días hablábamos en Onda Cero con un marino que recreará el viaje de Elcano y aseguraba que es increíble la herencia hispánica sobre la faz de la tierra. No es ser más que nadie, pero tampoco menos. Por eso, sorprende que haya parte de nosotros que se empeñe en dividir, trocear o poner fronteras. Existe una diversidad cultural evidente, pero también otra realidad no menos clara de una voluntad explícita a través de los siglos de convivir en este trozo de tierra. Unamuno y los noventayochistas cayeron en crisis tras la pérdida de las últimas colonias y el papel secundario en el que España quedó a finales del XIX. Ya Quevedo se lamentaba en el XVII con el “miré los muros de la patria mía”. Pese a ser comprensible, lo más sorprendente es que no haya habido generación de congéneres que no haya sucumbido al debate del problema de España. Si Europa es la solución o no, el cainismo, la Iglesia, el estigma... Y así hasta el infinito.
Creo que el español es hombre de acción que da lo mejor de sí cuando camina. Desde hombres de letras a deportistas, quienes dejan a un lado diatribas rompen barreras y alcanzan el cénit. Otros pretenderán devanarse los sesos y volver a hacerse las mismas preguntas. Son los ensimismados; los principales de ellos, los nacionalistas. España ha sido capaz de lo mejor y lo peor en la Historia, pero en este aniversario, echando la vista atrás y comprobando lo que fuimos y quiénes nos antecedieron, creo que ya está bien de tanto problema de España. Quienes así la definen es porque no creen en ella y su principal activo, los españoles. España es solución de caminos, libertad y cultura. No hay más que darse una vuelta por el mundo.