Otoño
Hoy entra el otoño en el hemisferio norte y es que como si a los poetas les diera un chute de dopamina. Es la estación más deliciosa del año, aquella que sólo con la madurez y el correr de los días es posible admirar en plenitud. Juan Ramón lo hizo cuando se vio horrorizado por sus excesos modernistas de juventud. A cambio, reescribió toda su obra y nos dejó algunos de los versos más hermosos en su atardecer dorado. Porque el otoño es, sobre todo, atardecer, caída, declinar y paisaje. La más variada y tierna paleta de colores que la imaginación del hombre jamás pudo soñar. El pensamiento luce y grita en los rojos de la tarde y brilla y refulge en su caída. Si la primavera es el canto a la vida, el mórbido exceso de la juventud y la carne, el otoño es la dulce despedida en el silencio, la recolección más sabia y acabada por la mano del hombre, el dorado recostar de la uva, el duende manso del vino. El propio término “otoño” hace mención a la recogida del fruto, tal y como me explicó Illán hace unos años en la radio. La decrepitud de la vida es áurea, pues las ideas imantan sin temor al yunque de la resistencia. García Lorca nos dejó para el subconsciente inmóvil las hojas de mi otoño enajenado. Uno de los más bellos versos de la Historia de la Literatura, en otro de los soberbios sonetos del amor oscuro. Qué curioso que el otoño venga envuelto en sonetos, igual que Juan Ramón. Como si no pudiera ser más que el metro clásico quien deslizara tanta belleza que se desnuda ante la vista. Las pámpanas de la tarde, al acariciar el sol de septiembre, es un regar de la llanura por dentro. Los olores del vino temprano, el mosto derramado en el lagar, el sudor de la tinaja bocabajo... Es todo un bofetón de lluvia, un trascacho antiguo, un saberse vivo a punto de morir, una infancia retomada en la sisa de la muerte. Hoy no voy a hablar de política, el día que expira el plazo para alumbrar un gobierno y el presidente se va a Nueva York. Ella Fitzgerald y Louis Amstrong pusieron voz a una hermosísima canción que habla precisamente del otoño en la gran ciudad. Allí se fueron también Lorca y Carlos Cano, Granada desbocada, como este fin de semana frente al Barça. El otoño es la estación del año, mi estación. No sé si porque soy Libra, pero creo que la Naturaleza se desnuda sin piedad y se ofrece tan bella y sugerente como un néctar o licor de sobremesa. Es el dulzor suave, la siesta templada, el abrazo sordo y silente del amante después de la berrea. Pero es sobre todo, la pulsión intelectual, la plata en las sienes, el conocimiento áureo de la belleza, como este fin de semana en Toledo, pleno y lleno de patrimonio universal. A ver si este otoño que comienza da por fin con el atardecer del gusano de mi sufrimiento.