Lecciones del farolazo
La primera lección que cabe extraer después del monumental golpe que el cabo Luis Fernández Pozo se propinó contra una farola el pasado sábado es que sólo aquellos que lo intentan pueden fracasar. El error tiene mala prensa y no es admitido socialmente. Sin embargo, sólo a través de él es como la ciencia ha avanzado históricamente y el hombre ha conseguido sus mejores logros. Únicamente quien posee la madurez suficiente para levantarse tras la caída, la capacidad de análisis que ha provocado el desastre y la lucidez que determina las soluciones, podrá remediar y revertir la situación inicial. Lo demás es medianía y mediocridad.
La segunda lección que nos dio el cabo Pozo es la determinación de la misión. Tras el sonoro golpe que dejó helados a todos cuanto veíamos el desfile y después de tentarse la ropa y superar la conmoción inicial, su principal interés era entregar la bandera de España a sus compañeros para que pudiera comenzar el acto como estaba previsto. Si uno se fija en las imágenes, todo su empeño pasaba por soltar la rojigualda del cinto al que estaba sujeta. Lo principal para un militar es cumplir la orden encomendada en el desempeño de su servicio. Y el cabo no reparó en su situación personal ni en los daños que le hubiera causado el golpe. Entregó como pudo la bandera y minutos después ya se encargó de bajar y ocuparse de las heridas que le hubiera provocado el golpe.
La tercera lección del farolazo providencial es la disciplina de los hombres – y mujeres, por supuesto- que forman nuestro Ejército. Profesionales de primer orden, entrenados y formados en las más diversas técnicas de resistencia y acostumbrados a las adversidades de la vida. La principal cualidad del hombre y aquello que lo ha hecho evolucionar y sobrevivir es su capacidad de adaptación. Aquellos que antes lo consiguen son quienes triunfan y resisten al paso del tiempo.
La cuarta lección, sin duda, es el amor a España por raro que esto pueda parecer. Entronca con la segunda expuesta párrafo arriba e indica el nervio y vigor que la nación tiene dentro de una gran mayoría de españoles. No haremos profesión de fe las más de las veces ni nos henchiremos el pecho como hacen los nacionalistas. Pero España es una nación grande porque ha conseguido que cada uno la viva como quiera o desee, incluso quienes sientan cierto desapego. El nacionalismo no cuenta o no ve que su problema son sus propios congéneres, que no comulgarán nunca con ruedas de molino que los lleven a renunciar a lo que es parte consustancial de ellos mismos. El procés o los largos años de conflicto del País Vasco son una lucha entre catalanes y vascos, no entre Cataluña y España o Euskadi y España. En esto la Historia es clarividente, pero algunos se empeñan en no leerla, deformarla, manipularla o tratarla como un mecanismo más de propaganda, en la estela de la escuela de Marx. Antes se rompe Cataluña y Euskadi por dentro, como ya ha sucedido varias veces, que se separan de España. Al final, España siempre es quien salva.
La quinta lección del farolazo pasa por la reacción mayoritaria de adhesión y solidaridad que con el Cabo Pozo ha tenido la mayoría de españoles. Aunque la broma, chanza o choteo es indisoluble a nuestro carácter y así seguirá por los siglos de los siglos, el respeto y el reconocimiento a su labor ha sido mayoritario. El meme ha corrido de móvil a móvil y la chacota ha sido general. Hemos cambiado hasta las columnas de Hércules de nuestro escudo por dos soberanas farolas de la Castellana. El sentido del humor siempre comienza por uno mismo. Por eso que no se enfade el Cabo Pozo. Y aquellos que tuvieron la intención de zaherir, burlarse, reírse o aprovechar el accidente para poner en la picota determinadas cuestiones, en el pecado llevan la penitencia. Son los tristes, los perdedores, los angustiados, los hartos de vivir que ni siquiera son capaces de firmar con nombre. El vulgo, populacho, chusma, en definitiva, de toda la vida, que ahora encuentra refugio en redes. Mellado lo expresó muy bien en su artículo de El Español. La Tercera España quedó colgada de la farola con el Cabo Pozo.
Y, por último, la lección final de todo esto es la dignidad y las lágrimas de un hombre, la contención medida y la asunción de la responsabilidad. Al Cabo Pozo le quedan muchos éxitos por delante. Sus más de seiscientos saltos en paracaídas así lo avalan. Piden que el año que viene lo vuelva a hacer. Él será quien deba decidirlo si sus mandos lo proponen. Créame, Cabo, que no imaginaba tantas lecciones juntas un sábado por la mañana frente al televisor.